Tecnocracia en el poder y la caída del pensamiento crítico

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La tecnocracia es el nuevo poder, es la nueva idolatría de nuestro mundo. Es un fetichismo hacia lo tecnológico hacia la hibridación de nuestras vidas. Somos «algo» en la medida que tendemos asintóticamente a una máquina. No hay humanidad que cuidar y promocionar, solo perfeccionar. Todo aliñado con un escaso pensamiento crítico de las sociedades.

Pongamos como ejemplo la escuela y  la universidad ¿podemos corroborar hoy que la pandemia nos ha convertido en sucursales de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft)? Por ejemplo usando Zoom, Team, Blackboard y otras herramientas tecnológicas que avanzan en la siliconización del universo social.

 

El grave problema que acontece es, sin duda, la falta de contenido crítico del pensamiento, la escasa búsqueda de la verdad.

En el film de Wim Wenders, Hasta el fin del mundo, que proyecta la distopía del nuevo milenio, donde personajes como Trevor, interpretado por William Hurt, transitan en un mundo globalizado –de Tokyo a París o Nueva York– para terminar en Australia mostrando a su madre ciega las imágenes y recreaciones de lo soñado y visto para su recreación, en un universo completamente digitalizado, donde reina la comunicación total, la lección que hay que aprender de esta película es clara.

No hay vida –ni pensamiento, diríamos– que no cultive el culto a la acción. No hay filosofía sin praxis, ni ciencia sin trabajo sobre lo real. El culto a la tecnología y el fetichismo de la técnica es la muerte de la razón y de la propia función social del conocimiento.

El pensador francés Lucien Sfez definía esta dinámica propia de las sociedades tautistas que realimenta una cultura cerrada en sí misma, autista, cuya justificación es, a todas luces, puramente tautológica, como un asalto, en fin, a la razón y toda lógica para la vida en común.  /A esta nueva era “comunicativa” algunos la denominan como tautismo —por la conjunción de tautología (pleonasmo), autismo (aislamiento, sordera, enmudecimiento) y totalitarismo (absoluto)—, concepto que pertenece a la sociedad Frankenstein, en donde la creatura, esto es, la máquina, domina por entero al creador, es decir, al ser humano/

 

A esta nueva era “comunicativa” algunos la denominan como tautismo —por la conjunción de tautología (pleonasmo), autismo (aislamiento, sordera, enmudecimiento) y totalitarismo (absoluto)—, concepto que pertenece a la sociedad Frankenstein, en donde la creatura, esto es, la máquina, domina por entero al creador, es decir, al ser humano.

La era de la Inteligencia Artificial y del teletrabajo inaugura, además, gracias a la caja negra del dominio de la razón técnica, el tiempo opaco de la gestión de las multitudes por el algoritmo y el control a distancia, a veces en forma de estricto autocontrol. La razón instrumental sobre la razón sustentada en la moral y el bien común.

Asistimos así a la explotación intensiva de una economía inteligente que, como estamos viendo, empieza por derruir la factoría del conocimiento, gran paradoja, en fin, la de la universidad digital a distancia, más virtual que real, sometida a los gigantes de cien ojos que todo lo ven.

De la tecnocracia a la dedocracia, del universo Uber a la comida rápida, vamos a un modelo de Universidad y de Escuela de consumo bajo demanda, que es tanto como decir que la enseñanza es hoy un producto de usar y tirar. La ética del saber es remplazada por la vigilancia electrónica y la cultura académica socrática desplazada por el like de un alumno-consumidor que tiene siempre la razón, según le complazca.

De la tecnocracia al populismo también hay un pequeño paso. Las herramientas tecnológicas se acoplan a la perfección al discurso rápido y simplificador, a las abalanchas de bot y fakes en las redes, al discurso emocional que moviliza. Todo un desafío.

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