Enfermedad de la abundancia

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En un artículo anterior tratamos la importancia de vivir en carencia; hoy toca hablar de cómo la abundancia puede destruir al ser humano en todas sus dimensiones.

Actualmente, la abundancia de recursos y materiales se ha adentrado en nuestras vidas sin una salida inmediata de ellas. Una de las cuestiones que la ética trata es cómo “Muchos después de conseguir la riqueza, no encuentra la liberación de sus males, sino su sustitución por otros mayores”.

Durante toda nuestra historia, el ser humano ha padecido grandes períodos de escasez a todos los niveles (alimento, ropa e incluso agua). Ocurrió tanto en tiempos primitivos donde existía mucha incertidumbre y volatilidad en la ingesta de comidas -ya que dependían del éxito en la caza y recolección- como en períodos no tan lejanos: en las distintas guerras donde el ser humano ha sido partícipe, el alimento era muy escaso y un bien muy preciado. Incluso sin dirigir la mirada atrás, actualmente gran parte de la población carece de recursos, especialmente en los países empobrecidos.

El ser humano se enfrenta a varios problemas cuando padece la “enfermedad de la abundancia” y el hiperconsumismo. El más importante de ellos sería el abandono del bien común y por tanto, el servicio a los demás. La persona que posee riqueza, fama y abundancia es guiada por el ansia de poder y el “tener” aferrándose al individualismo materialista. Como decía el gran filósofo y emperador estoico Marco Aurelio: “Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja”.

En el ser humano siempre ha existido el ser compasivo y el sentimiento de ayuda a la comunidad y tribu. Hay incluso evidencia de neandertales cuidando unos de otros: Seres fundamentalmente similares a nosotros y llenos de las mismas emociones, sentimientos y motivaciones. Una gran proporción de los huesos fosilizados de los neandertales presentan lesiones, bastantes de carácter grave que precisaron atención de otros compañeros durante su curación: ayuda con la comida, agua, higiene y desplazamientos, realizar curas, dar seguridad. También, utilizaban medios para tratar sus dolencias, como plantas medicinales con propiedades analgésicas, antiinflamatorias o antibióticas.

La explicación científica que se produce en la mente humana cuando aparecen los excesos –la abundancia- en nuestras vidas es la siguiente: la dopamina es un neurotransmisor que produce deseo y anticipación. La producción de dopamina se eleva cuando recibimos un estímulo valioso para nosotros.

Cuando conseguimos ese estímulo (ya sea un coche, una casa grande, ropa o artículos de lujo, etc…) aumenta la dopamina pero a la vez disminuye gradualmente. Ahí es donde radica el deseo de nuevo por obtener un coche más caro, más artículos de lujo… llegando a un punto en el que no nos contentamos con lo que tenemos y queremos más… configurándonos en un rancio hedonismo superficial.

Ante esto, debemos recuperar el llamado circuito de la recompensa. La dopamina, por sí misma, no es la culpable. En vez de elevar la dopamina sin descanso con cosas materiales, tenemos que ser capaces de producir este neurotransmisor con recompensas naturales: un simple vaso de agua, tener alimento, un buen chapuzón en el mar, el sonido de la lluvia, observar el regalo de la naturaleza… Practicar la gratitud en nuestras vidas, además de apreciar cada instante, permite mantener la serenidad en momentos de cólera e ira.

A continuación nombramos algunos beneficios potenciales que tiene la privación de abundancia y sustracción de elementos para la salud y colectivo humano. El exceso puede conducir a carecer de un buen estado de salud: exceso en la ingesta alimentaria, exceso de información (sobreinformación), medicamentos, estrés, redes sociales y tecnologías, confort, aire acondicionado, calefacción, etc. Todos estos elementos de forma descontrolada se traducen en un deterioro de la salud humana y a su vez en abandonar la salud espiritual que tanto hace falta en nuestros días; y como consecuencia, la inexorable desviación absoluta de nuestra razón y naturaleza humana.

Vamos a profundizar en los potenciales beneficios de la privación de alimento mediante el ayuno.

El ayuno no es un invento reciente, ha estado presente siempre en nuestra evolución. Ya los antiguos practicaban incesantemente el ayuno; multitud de religiones realizan periodos de ayuno con sus respectivos significados. En la Antigua Grecia era practicado por grandes filósofos como Platón, Aristóteles e incluso Pitágoras exigía a sus alumnos que debían ir en ayunas a clase para potenciar el foco atencional. Un texto muy antiguo, de hace casi 2000 años, el Evangelio de los Esenios nos habla sobre el ayuno:

“Cada séptimo día es santo y está consagrado a Dios…  no comas ningún alimento terrenal, sino vivid tan solo de las palabras de Dios. No obstaculicéis la obra de los ángeles en vuestro cuerpo comiendo demasiado a menudo, quien coma más de dos veces diarias hace en él la obra de Satán. Comed tan sólo cuando el sol esté en lo más alto de los cielos y de nuevo cuando se ponga” (en aquellos tiempos se respetaba los ritmos circadianos).

Los antiguos no se equivocaban. Actualmente, la ciencia respalda la promoción del ayuno: Protege contra las infecciones potenciando la respuesta del sistema inmune, reduce la inflamación sistémica, promueve la autofagia (creación de nuevas células), mejora los niveles de glucosa en sangre, disminuye la presión arterial, hace que se exprese un gen codificador de una proteína llamada SIRT, SIRT1 o SIRTUINA que causa longevidad y otros efectos.

A nivel cerebral provoca también distintos mecanismos potenciadores: el Factor Neutrófico Derivado del Cerebro (BDNF) gestiona la formación de nuevas neuronas y el BDNF aumenta al ayunar, mejora la neuroplasticidad, protege de la neurodegeneración y promueve la neurogénesis.

Un beneficio adicional es que permite tener una mejor relación con la comida. En muchas ocasiones nos dejamos llevar por los impulsos y apetitos instintivos. El ayuno ayuda a rechazar y evitar los citados impulsos y apetitos instintivos y, por tanto, conseguimos ser más conscientes y apreciar más la comida (no todo el mundo puede optar por comer tantas veces al día).

En conclusión, el modelo de vida actual del ser humano en la sociedad occidental es un modelo de vida basado en grandes excesos y abundancia que puede ser peligrosos tanto para la salud humana como el bienestar común. Debemos replantearnos el actual estilo de vida y encauzarlo por la senda del bien común sin abandonar la fe y esperanza. Seamos más humanos.

 

Manu Martín Miras

 

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