Profesión, Bien Común y Política

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Una de las peores lacras de cualquier democracia es la corrupción y normalmente se echa la culpa de la misma a la clase política de turno como si fuese solo un problema de calidad personal de los dirigentes políticos y no tuviera nada que ver con el electorado que los ha elegido.  Sin embargo creemos que este lavado de manos no es honesto y no obedece a la verdad. La corrupción es sistémica porque no se aplican los medios adecuados. Los mecanismos punitivos que el propio poder se autoimpone no son más que un maquillaje del problema de fondo que subyace.

En primer lugar hay que afirmar que la política tiene un sentido moral muy positivo oscurecido por la corrupción habitual. Santo Tomás llegó a afirmar que la caridad política es la más alta forma de caridad (amor). El objetivo de la política debe ser siempre el Bien Común de la sociedad que debe caminar hacia una verdadera comunidad. El Bien Común no es el «bien» particular o el «bien» corporativista y sectario. El Bien Común es el bien de todos y de cada uno sin exclusión de nadie. No es el interés general ni si quiera el interés de la mayoría. El Bien común aúna simultáneamente el bien individual y el comunitario sin detrimento de ninguno.   Sin una noción fuerte del Bien Común la vida política se convierte en una batalla de intereses particulares a los que se llama «derechos» pero que no lo son verdaderamente.

Es necesario restituir el valor positivo de la política como preocupación por el bien de todos como comunidad. La vocación política, muy conectada con la vocación profesional, está directamente orientada a trabajar desinteresadamente por el Bien Común. Por ello siempre debe estar desvinculada de los beneficios del poder y del dinero y tiene que tener como referencia objetiva a los más débiles, empobrecidos y discriminados. La vocación política implica necesariamente sacrificios personales y nunca se puede leer en clave de poder sino en clave de servicio a los demás.

En segundo lugar hay que combatir la corrupción política  y para ello lo más eficaz siempre ha sido que el pueblo asuma el protagonismo político y por tanto sea responsable de la gestión pública. Si los ciudadanos se organizan desde la base de la sociedad en diferentes tipos de agrupaciones: profesionales, sindicales, educativas, vecinales, deportivas, etc y se preocupan activa y cotidianamente del Bien Común los responsables políticos podrán asumir su trabajo con la tranquilidad de que el pueblo esta solidariamente  atento a los trabajos de las instituciones políticas y así la vocación política contaría con el apoyo inestimable de toda la sociedad y se podría adecuar más a su naturaleza de  coordinar  más que mandar e imponer. Una concepción de la vida pública autogestionaria y subsidiaria -construida desde la base-  respeta más la naturaleza moral y política del ser humano.

La fuente de mayor corrupción política no es la mala calidad moral de los corruptos, de la que todos compartimos más de lo que creemos, sino la despreocupación política del pueblo que deja el camino despejado para que el egoísmo humano campe a sus anchas.

Evidentemente el poder tradicionalmente ha impuesto por la fuerza o convencido al pueblo de que «no se meta en política» pero eso es una trampa. Los griegos (padres de la democracia) que algo sabían de esto calificaban  de «idiotes» a  aquellos que se despreocupaban de la vida política ( de la vida de la ciudad, de la polis)

En tercer lugar hay que comprender que la vocación profesional orientada al Bien Común es la fuente más fiable de una buena acción política. Son sin duda los profesionales y trabajadores de un sector los que más saben cómo trabajar adecuadamente por el bien de todos desde la resolución de problemas concretos. Trabajar por el Bien Común desde lo profesional es una forma de compromiso político de primera categoría. Cuando lo profesional se subordina a lo politiquero (degradación de lo político) la corrupción entra como un cuchillo caliente en mantequilla. Por ello si los profesionales orientan su vocación hacia el Bien Común se afrontarán los problemas con mayor eficacia y será sin duda uno de los mayores frenos a la corrupción política.

 

Carlos Llarandi Arroyo

Profesionales por el Bien Común

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