Los bienes relacionales. Un camino para el Bien Común

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  El materialismo y el individualismo han reducido tanto la concepción contemporánea del ser humano que toda propuesta política, cultural o económica que no se enfrente a este reduccionismo está condenada al fracaso desde el punto de vista de la consecución del Bien Común.

El neocapitalismo, tanto en su vertiente liberal occidental como en su vertiente colectivista oriental, ha subordinado  el ser humano al lucro y al poder. Es imprescindible poner encima del debate social propuestas concretas de cómo ir trabajando por el bien común sin que nos despistemos ni deslumbremos  por la vorágine tecnocrática.

En este sentido os aportamos el concepto de «bien relacional» que creemos que puede abrir un veta de nuevas iniciativas por el Bien Común. Para ello hemos seleccionado algunos textos del trabajo doctoral  de Lía Zervino que seguían fundamentalmente la senda del sociólogo italiano Pierpaolo Donati fundador de la Sociología Relacional y del economista Stefano Zagmani fundador de la Economía Civil

 

Los bienes relacionales emergen de la relación misma entre dos sujetos y por ello se producen conjuntamente e incluso se gozan en común; estas relaciones se establecen de modo personalizado y contribuyen, de algún modo, a potenciar integralmente a los involucrados.

Su valor radica, también, en que responden al principio de reciprocidad y por ende, siempre, de alguna manera, se replican. Se trata de bienes intangibles, con características peculiares, cuya utilidad no decrece sino que aumenta con su uso.

Ejemplos de bienes relacionales: uno primario, la amistad en el trato entre dos personas (a nivel de relaciones primarias) y, otro colectivo, la red de interacciones solidarias entre la cooperativa de la escuela, la unión vecinal, el club de la tercera edad y los scouts, en una comunidad determinada (a nivel de relaciones secundarias).

 

En este sentido, explica Donati: «Entiendo por el término bien relacional un bien que puede ser producido y utilizado solamente en compañía de aquellos que son sus mismos productores a través de las relaciones que conectan los sujetos comprometidos en él: el bien es llamado, por lo tanto, relacional por el hecho de que es (“está en la relación”) relación. Nos referiremos a bienes relacionales primarios o secundarios según se traten de relaciones primarias o secundarias (o colectivas) respectivamente.»

 

El sociólogo italiano evidencia la trascendencia de la terminología en cuestión, al utilizarla para distinguir una “sociedad humana” simplemente considerada como tal, de la “sociedad de lo humano” en sentido propio; la última, “es la que se genera continuamente como bien relacional, y es distinta de otros tipos de sociedad en los que las relaciones sociales pueden no responder a requisitos propiamente humanos. En sentido estricto, aplica bienes relacionales a un tipo y grado de relacionalidad que constituye una categoría de bienes sociales “que se caracterizan por no ser ni estrictamente públicos ni estrictamente privados. Se trata de bienes que no son competitivos según la lógica de los juegos de suma cero. Son generados y disfrutados conjuntamente por todos los participantes: ninguno queda al margen. No son fraccionables ni se pueden entender como la suma de bienes individuales.”

 

La “luminosidad” de los bienes relacionales tiene como fuente la importancia que le damos en nuestro modo de vivir a la relacionalidad misma. Los bienes relacionales iluminan la problemática de “la felicidad” que actualmente se debate, principalmente, en las sociedades llamadas “avanzadas”. Se han comprobado, empíricamente, dos tesis: a) el crecimiento económico no genera necesariamente bienestar y b) el aumento del rédito no siempre está unido a la mayor felicidad,  parecería que más allá de una ganancia per-cápita de alrededor de U$S 10.000.- anuales, cada aumento sucesivo de la renta produce una satisfacción adjunta decreciente. Se liga la falta de felicidad a la disminución del consumo de lo que llamamos bienes relacionales.

 

Por otra parte, en los países empobrecidos, la problemática de la relacionalidad suele aparecer en torno al tema del capital social, en especial en las poblaciones pobres económicamente, pero ricas en materia de organizaciones comunitarias y en experiencias exitosas referidas a progresos socioeconómicos  obtenidos a través de esfuerzos mancomunados.

 

El requisito de la reciprocidad aparece como característica esencial de los bienes relacionales cuando Zamagni, siguiendo a Uhlaner (quien subraya que dependen de la modalidad de interacción con otros y que sólo pueden ser disfrutados si se comparten), explicita su noción.  Su fragilidad, afirma como Nussbaum, se manifiesta en que no se los puede “dominar” individualmente pues la relacionalidad depende también de la libertad de los otros (no se puede ser amigo unilateralmente) y por ello, la dimensión de la reciprocidad es fundativa. El dar para que a su vez el otro pueda dar es lo que encontramos en el fondo del bien relacional y contrariamente a otro tipo de bienes, aumentan con su uso.

 

La “sombra” al concepto bienes relacionales le sobreviene por no ser unívoco; como la mayoría de los conceptos cuando salen a la arena científica, no posee una definición ni tampoco una única caracterización.

 

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