La no neutralidad de la ciencia

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Dentro de la lógica de la “información consciente”, como motor de la historia humana no es posible cons­truir adecuadamente el entramado institucional de nues­tra sociedad al margen de la Ética.

La ciencia es una actividad humana y realizada empleándonos como tales personas humanas. Por ello, al no poder ser una actividad inconsciente, no puede ser una realidad neutra. Sin embargo con qué facilidad asu­mimos e incluso defendemos con vehemencia la teoría de la neutralidad de la ciencia. La formulación más fre­cuente de esta teoría es la siguiente “la ciencia no es buena ni mala; son los que la utilizan los que hacen el bien ó el mal”.

A pesar de su aparente evidencia no deja ser una falacia. Está claro que la utilización buena ó mala de la ciencia tiene un carácter ético, porque es realizada por personas y en cuanto personas. Pero es que la propia ciencia también es realizada por personas y en cuanto personas (los animales no pueden hacer ciencia) y, por tanto, no puede ser una actividad neutra que no tiene nada que ver con la ética.

Por ejemplo, no es lo mismo, desde el punto de vista ético, investigar aquello que propicia la actividad bélica de una sociedad que investigar aquello que facilita la convivencia pacífica. No es lo mismo investigar todo lo que facilita la erradicación del hambre, la enfermedad ó cualquiera de las minusvalías que investigar todo aquello que facilita el engaño, el hedonismo y la insolidaridad entre las personas y los países.

¿Cómo puede ser neutro investigar para una forma de economía que facilita el enriquecimiento privado de unos pocos a costa del hambre y la enfermedad de la mayoría en el mundo?

Además, la teoría de la supuesta neutralidad de la ciencia, encierra en sí un enorme pesimismo antropoló­gico. El desarrollo de la ciencia no sería algo pensado, planeado y diseñado por la actividad humana conscien­te, sino que sería el lento desvelar de los misterios ocul­tos que la naturaleza, por su propia dinámica, nos va desvelando. Todo determinismo filosófico ha prosperado muy poco y se ha correspondido con épocas de declive intelectual y moral, como es en gran parte la que nos ha tocado vivir ahora.

Admitir la teoría de la neutralidad de la ciencia se­ría lo mismo que admitir que la historia de la humanidad se rige por la dinámica de la adaptación al medio de la evolución de las especies animales, que sí es posible que se la considere como neutral, en lugar de una marcha hacia una humanidad regida por el protagonismo per­sonal y colectivo de todas las personas ó, lo que es lo mismo, hacia el cumplimiento total de los derechos (y los deberes) universales humanos.

Por el contrario la teoría de la neutralidad de la ciencia facilita la justificación de la paradoja actual de que los que tienen el saber de la ciencia estén someti­dos a las decisiones de los que tienen el poder político y especialmente el poder económico. No deja de ser para­dójico, pero es real, que aceptemos la independencia de la ciencia de toda ética y, sin embargo, aceptemos con toda naturalidad su dependencia fáctica de los poderes económicos y políticos.

Esto es una de las causas fundamentales de la in­versión de la jerarquía institucional que hemos comenta­do anteriormente. Es enorme el daño moral que la teoría de la neutralidad de la ciencia ha hecho en la comunidad de personas que nos dedicamos a investigar. Está cla­ro que si los que hacemos ciencia no admitiéramos la neutralidad de nuestro trabajo, las relaciones con otros sectores de la sociedad se ajustarían a unos parámetros institucionales muy distintos.

Desde este punto de vista, resultó muy desafortu­nado que la asignatura “Deontología del Ingeniero”, pre­sente no hace muchos años en el currículum de nuestras ingenierías, se convirtiera, primero, en una asignatura “maría” y después desapareciera totalmente de la for­mación de los ingenieros. Una manifestación más de la funesta implantación en nuestra universidad de la teoría de la neutralidad ética de la ciencia y la tecnología.

De la misma manera da tristeza ver cómo, al mis­mo tiempo que se ha ido implantando el pensamiento único de la supuesta neutralidad de la ciencia, se ha ido manipulando el texto del juramento de Hipócrates que la tradición sanitaria venía considerando como de obligado cumplimiento para el ejercicio de la profesión médica. Manipulación, en especial por omisión hasta bien intencionada, a la medida de los intereses políti­cos y económicos que se han ido imponiendo en una actividad tan sensible al bienestar social como es la medicina.

Finalmente, en la medida que interese la implanta­ción universal del aborto y de la eutanasia y el negocio desmedido de la medicina, se olvidará completamente este juramento ético que nos transmitió Galeno y que ha tenido tanta raigambre en la profesión médica.

Ojalá nuestros profesionales de la medicina se to­men en serio su juramento hipocrático y ojalá dispongan de medios materiales y jurídicos para poder practicarlo sin violentar sus conciencias.

Afortunadamente es la rama sanitaria (medicina, farmacia, enfermería, biología) quizás la única disciplina universitaria que mantiene en sus instituciones (Faculta­des de Medicina, colegios profesionales, hospitales, etc.) comités deontológicos que velan por el buen hacer ético de sus profesionales. Pero sería deseable aumentar su influencia y su capacidad para no ser manipulados desde intereses políticos y económicos partidistas y especulati­vos con el problema de la enfermedad.

En todas las disciplinas universitarias, preñadas en su origen y en su desarrollo de un comportamiento pro­fundamente ético, se ha acentuado, en los últimos se­senta años, este proceso de desvinculación de la ciencia de la ética.

Toda ciencia (la ética no sería propiamente una ciencia), se considera como algo autónomo que tiene sus propias leyes, totalmente independientes de la ética. Así, por ejemplo, José Raga, catedrático de estructura económica de la Universidad Complutense, defendía aquí en la Universidad de Málaga, sin el menor pudor, que la ciencia económica tiene sus propias leyes, completa­mente independientes de la moral y de la ética.

En efecto, no tiene nada de ética una ciencia eco­nómica, que no se ruboriza ante la barbarie de que tan solo trescientos cincuenta personas, millonarias en la ri­queza, ganen anualmente más que tres mil quinientos millones de personas, millonarias en la miseria, como reconoce la propia ONU en sus informes cuatrianuales sobre el estado de la humanidad global. Los trescientos cincuenta millonarios son todos hombres y curiosamen­te, este hecho no ha sido criticado explícitamente por ningún grupo feminista,…

Alfonso Gago Bohórquez. Catedrático de Electrónica  de la Universidad de Málaga

«Reflexiones ante los retos tecnológicos y deontológicos de la universidad actual»

Lección inaugural. Universidad de Málaga. Curso 2012-2013

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