El principio cosmológico antrópico

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“A lo largo de muchos años, nos dice Borrow en The Anthropic Cosmological Principle, ha crecido una gran cantidad de resultados sin publicar que revelan una serie de misteriosas coincidencias entre los valores numéricos de las constantes fundamentales de la naturaleza. La posibilidad de nuestra propia existencia parece depender precariamente de estas coincidencias. Estas relaciones y otros muchos aspectos peculiaridades de la construcción de nuestro universo parecen ser necesarias para permitir la evolución de organismos fundados en el carbono como nosotros mismos”.

 

“Los observadores estarán sólo en aquellos lugares donde las condiciones son apropiadas para su evolución y existencia: y puede resultar que tales lugares sean especiales. Nuestra descripción del universo y de sus leyes están influidas por un inevitable efecto de selección: el de nuestra propia existencia” .

 

El físico John D. Barrow fue el ganador en el año 2006 del  Premio Templeton.

En 2004 se concedió al cosmólogo George Ellis por su principio antrópico cristiano, según el cual Dios creó el universo para que existieran seres inteligentes, responsables y libres que fueran capaces de amar, y así hacer partícipes de sus cualidades más excelsas a algunas criaturas (idea que, por otra parte, tiene siglos de historia en la tradición cristiana).

 

John Barrow, nacido en Londres en 1952, se doctoró en Oxford en 1977. Después colaboró con los departamentos de Física y Astrofísica de la Universidad de Oxford y de la de California en Berkeley. En 1999 pasó a ser catedrático de matemáticas y de física teórica en la Universidad de Cambridge. Ese mismo año obtuvo la Kelvin Medal de la Royal Glasgow Philosophical Society. También ha recibido otros galardones.

 

Autor de 17 libros y 400 artículos, Barrow ha hecho un gran esfuerzo por divulgar las ideas científicas, intentando que las más complejas teorías de la cosmología actual puedan ser accesibles a un público amplio. Entre sus libros destacan La mano izquierda de la creación(1983), El Principio Cosmológico Antrópico (1986; con Frank Tipler), Teoría del todo (1991), El universo como obra de arte (1995), El libro de la nada (2000) y Las constantes de la naturaleza (2002, traducido al español).

 

Antes de doctorarse en Astrofísica, Barrow se graduó en matemáticas, lo que se refleja en sus obras. Una de ellas se titula ¿Por qué el mundo es matemático? (1992), pregunta que no es baladí: al fin y al cabo, los números son un constructo de la mente humana y no objetos que estén entre las cosas materiales del universo. En el seno de un optimismo pitagorista, Barrow cierra Las constantes de la naturaleza afirmando, precisamente, que los números son el molde con el que se da forma al universo, los códigos de barras de una realidad última que nos permitirá desvelar el secreto del universo… algún día.

 

Constantes con los valores adecuados

 

Una de las razones por las que Barrow ha recibido el Premio Templeton es su contribución al desarrollo del principio cosmológico antrópico. Aunque ya Robert W. Dicke sugirió en 1961 algunas ideas que apuntaban en esta dirección, fue el astrofísico Brandon Carter quien, en 1974, propuso una de las primeras formulaciones de este principio cuando habló de ello en Cracovia, durante una conferencia que impartió en el marco de la celebración del 500 aniversario del nacimiento de Nicolás Copérnico.

 

El principio antrópico parte de la reflexión sobre lo delicadas que son las condiciones necesarias para que haya vida en el universo, y de la admiración ante el hecho de que la vida no habría podido aparecer si alguna de las constantes de la naturaleza tuviera un valor ligeramente distinto (ver Aceprensa 162/03). Por ejemplo: si la gravedad fuera un poco más intensa, las estrellas se consumirían antes y no podrían tener planetas que pudieran albergar la vida, ni habría habido tiempo para sintetizar el carbono (tan esencial para la vida, tal como la conocemos actualmente); y si fuera más débil, el universo se habría expandido aún más aceleradamente y no se habrían podido formar ni galaxias ni estrellas, con lo que la vida también sería imposible. Los ejemplos en este sentido podrían multiplicarse.

 

Así, algunos cosmólogos se plantean si no será que el universo está hecho para que nosotros vivamos en él. En principio, los científicos son de la opinión de que las constantes de la naturaleza han de tener el mismo valor en todo tiempo y lugar. Pero empieza a verse claro que hay constantes que podrían tener valores distintos a los que tienen actualmente. Ahora bien, también sabemos que «cambios muy pequeños en muchas de nuestras constantes harían la vida imposible», afirma Barrow en Las constantes de la naturaleza. Entonces surge la pregunta: ¿por qué el universo es como es?; ¿por qué, teniendo infinitas posibilidades, el universo toma la forma exacta que permite que podamos existir? Esta reflexión lleva a algunos cosmólogos, como Barrow, a la idea de un universo antrópico; es decir: el universo es como es para que pueda albergar observadores, vida inteligente.

 

Cuatro formulaciones

 

Hay varias formulaciones de este principio. Según el llamado principio antrópico fuerte, el universo (y con él, el valor de todas las constantes de la naturaleza) debe ser de tal manera que admita la existencia de observadores inteligentes dentro de él en alguna etapa de su desarrollo. Es decir: el universo existe para que, en algún lugar y tiempo, haya seres inteligentes que se pregunten por él. Esta formulación no suele agradar a la mayoría de los cosmólogos, pues arguyen que es demasiado comprometida: sostienen que se trata de un argumento teleológico que explica los fenómenos por sus fines y no de un argumento deductivo que los explicaría por sus causas, como es más propio de la ciencia natural.

 

El principio antrópico débil sostiene que las condiciones iniciales del universo, así como sus leyes, han de ser compatibles con la existencia de observadores inteligentes. Algunos científicos han calificado esta proposición de tautológica; otros, como Stephen Hawking, reconocieron «la utilidad de algunos argumentos antrópicos débiles». Sea como fuere, no deja de tener sentido la pregunta: ¿por qué estamos aquí? Dicho de otra forma: ¿El universo sólo puede existir con estas leyes de la naturaleza? Tanto si la respuesta es sí, como si es no, desde el punto de vista científico desconocemos el porqué. Por ello Barrow insiste en que el principio antrópico no es una teoría científica, sino un principio metodológico.

 

Pero existen dos formulaciones más: una es el principio antrópico participativo, sugerido por John A. Wheeler, el científico que acuñó el término «agujero negro». Su propuesta es una de las fórmulas más especulativas del principio. Wheeler se pregunta si no serán los observadores unos seres necesarios para la existencia del universo. La otra formulación es el principio antrópico final, propuesta por Barrow y Frank J. Tipler, quienes sugieren que una vez ha surgido la vida en el universo no desaparecerá nunca más, si bien deberá tratarse de una forma de vida tan pequeña como permitan las leyes de la física.

 

Si bien estas propuestas son objeto de distintas críticas, muestran que existe un buen puñado de cosmólogos (de talante intelectual muy variado) que, de un modo u otro, resaltan el importante papel del hombre en el cosmos. Entre ellos está Barrow quien, si bien es cierto que como científico es «teológicamente» neutral, deja traslucir una cierta simpatía por una lectura teísta del cosmos en el marco del diseño inteligente, uno de los factores que le han valido el Premio Templeton.

 

 

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