DESDE LA BIOPOLÍTICA A LA PSICOPOLÍTICA

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Observatorio de Biopolítica

LAS BIOIDEOLOGÍAS DEL SISTEMA NEOCAPITALISTA

Grupo de Sanidad y Biopolítica de Profesionales por el Bien Común

PARTE VII

Manuel Arrebola. Arquitecto.

Miembro de Profesionales por el Bien Común.

DESDE LA BIOPOLÍTICA A LA PSICOPOLÍTICA

CONCEPTO DE BIOPOLÍTICA

La biopolítica es un término que acuña el filósofo francés Michel Foucault en los años setenta para identificar una forma de ejercer el poder no sobre los territorios, sino sobre la vida de los individuos y las poblaciones. Este tipo de poder es denominado biopoder. En el análisis de Foucault, el nacimiento del paradigma bio-político está estrechamente ligado a la instauración de una forma de racionalidad científica dependiente de la biología. Se reduce el hombre a su mera existencia corpórea. El biopoder se constituye como un dominio sobre el cuerpo orgánico. La concepción biopolítica de Foucault excluye completamente el concepto antropológico de persona. Se caracteriza por un completo vacío antropológico.

Para Foucault, la política de la Edad Media, que se ocupaba de la guerra y la administración de penas contra delitos, deviene en la Edad Moderna en una biopolítica que pretende la salud del cuerpo social. El ejemplo paradigmático de biopoder es la amenaza atómica, donde “el poder de exponer a una población a una muerte general es el envés del poder de garantizar a otra su existencia”. Foucault sostiene que fue esta biopolítica la que contribuyó al desarrollo del capitalismo. El control del cuerpo individual y social como herramienta para aumentar la eficacia y los beneficios.

Posteriormente es Roberto Esposito quien desarrolla el concepto. El poder entra dentro del campo de la vida y, a través de un esquema inmunológico, trata de preservarla mediante mecanismos de control negativos. Es esta concepción de la sociedad en clave inmunitaria y biopolítica la que es rechazada hoy por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han para describir la actual sociedad y precisamente el punto de partida para la comprensión de su concepto de las “sociedades de rendimiento”.

FISURAS DEL TÉRMINO

Más adelante Deleuze señala cómo en la sociedad disciplinaria descrita por Foucault, que se vertebraba en círculos cerrados con instituciones con normas propias (escuela, fábrica, hospital, cárcel, etc.), ahora sus contornos se difuminan y se sustituyen por el control continuo.El control no viene dado desde fuera, sino más bien desde dentro de los propios individuos. Estrictamente hablando los límites de las sociedades desaparecen, se desdibujan las disciplinas y sobre todo, sus tiempos. Byung-Chul Han parte de ese análisis de la sociedad de control y trata de ir más allá.

También Baudrillard ha puesto de manifiesto los límites de la sociedad de control. Precisamente lo principal del nuevo modelo es que el control no es puesto desde fuera. Si lo propio del panóptico de Bentham era la vigilancia desde fuera (ser visto sin poder ver al vigilante), las redes de comunicación han invertido el proceso: ahora somos nosotros mismos los que mostramos nuestra imagen sin ningún tipo de coerción externa.Es lo que Han llama la “sociedad de la transparencia”. La transparencia de la red acelera la emoción, y la emoción acelera el consumo. Ese ritmo endemoniado, dice Han, “disuelve la negatividad y elimina lo otro o lo ajeno”.

SOBRE EL PODER

Byung-Chul Han no hace una crítica negativa al pensamiento de Michel Foucault y Roberto Esposito (con los que comparte muchos puntos de vista) sino más bien una propuesta que va más allá e intenta superar las deficiencias en un nuevo modelo.

Han incorpora las críticas de Deluze y Baudrillard a su pensamiento y a través de estas nociones vertebra una comprensión distinta de la sociedad. Sin embargo, sólo es posible entender el alcance del pensamiento político y social de Han teniendo en cuenta su particular filosofía del poder. Ésta se encuentra fundamentalmente en su obra Sobre el Poder.

La idea fundamental que recorre su filosofía del poder es que éste debe ser comprendido como la capacidad de prolongar la propia voluntad en la voluntad de otros mediante las intermediaciones y los procesos comunicativos. “En lugar de limitarse a erigir o destruir bloqueos, el poder crea un sistema de relaciones, una red de comunicaciones que está transida de signos y de significados” que lo apuntalan. “El poder no funciona aquí como un empujón mecánico que se limita a desviar un cuerpo de la dirección original de su recorrido, sino más bien como un campo dentro del cual tal cuerpo se mueve con libertad.” “Un poder superior es aquel que configura el futuro del otro, y no aquel que lo bloquea. En lugar de proceder contra una determinada acción del otro, el poder influye y trabaja sobre el entorno de la acción o sobre los preliminares de la acción del otro, de modo que el otro se decide voluntariamente, (…) Sin hacer ningún ejercicio de poder, el soberano toma sitio en el alma del otro. (…) El poder opera a través del placer.”

“Básicamente, el poder como coerción y el poder como libertad no son distintos. Solo se diferencian en cuanto al grado de intermediación. Son manifestaciones distintas de un único poder. (…) Una intermediación pobre genera coerción. En una intermediación máxima, el poder y la libertad se identifican. Es en este caso cuando el poder es máximamente estable.” Según Han, la globalización todavía tiene que recorrer un proceso dialéctico de configuración, porque no es lo bastante global, no hay todavía suficiente intermediación entre ella y el mundo.

CAMBIO DE PARADIGMA

Han entiende que el problema en la sociedad actual no viene dado por un control negativo, es decir, externo al individuo, sino, paradójicamente, por un exceso de positividad o ausencia de barreras: “El tú puedes incluso ejerce más coacción que el tú debes”. El esquema inmunológico de la sociedad disciplinaria, basada en la negatividad, la prohibición y la fuerza del mandato externo, ha sido remplazado por una sociedad del rendimiento. “Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer, pues a partir de un nivel determinado de producción,  la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber.

Ejemplo paradigmático de esta positividad son Las Torres Gemelas, edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O también la gente practicando binge watching (atracones de ver series), visualizando continuamente solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o el otro… ¡lo igual no duele!

En el esquema inmunológico el problema es lo otro, el elemento negativo que desde fuera afecta al sistema y frente al cual el sujeto (o el cuerpo social) se autoafirma mediante la negación. La analogía con la medicina es clara: en un periodo en que la enfermedad médica son las bacterias y los virus, el remedio es atacar al enemigo de fuera para conservar la salud. Del mismo modo el cuerpo social ve en el otro al enemigo, el cuerpo extraño, que es totalmente distinto y amenaza su existencia. Sin embargo, la sociedad contemporánea ha cambiado su paradigma y, del mismo modo que para la medicina la inmunología ha perdido peso (puesto que las enfermedades causadas por virus, bacterias y elementos extraños han sido controladas), han aparecido nuevas enfermedades causadas en el interior del sujeto y desde el propio sujeto (depresión, obesidad, déficit de atención, cansancio crónico, etc.)

¿La pandemia del COVID-19 contradice este cambio de paradigma? Byung-Chul Han afirma: «Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Actualmente no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal.»

«No hay vacunas contra la pandemia global de la depresión». En España se suicidaron casi 4000 personas en el 2020. La pandemia lo ha agravado. La causa principal es la depresión. En España las hospitalizaciones por autolesiones en la población de jóvenes de 10 a 24 años casi se han cuadruplicado en las últimas décadas: 4.048 en 2020. Las tasas de depresión entre jóvenes en EE.UU. se han disparado. Lo consideran una crisis de salud mental entre los adolescentes.  Parece ser que el virus ha sido un catalizador de la depresión. España es el país con mayor consumo del mundo de benzodiacepinas, psicofármacos tranquilizantes que son adictivos. La crisis de los opioides en Estados Unidos ha dejado medio millón de muertos por sobredosis de analgésicos opiáceos entre 1999 y 2019. España ha disparado su consumo en los últimos años y ya ha superado a EE. UU., donde se ha reducido la prescripción de estos fármacos. Estamos en cuarto lugar mundial, el doble de los países de nuestro entorno.

La depresión es un síntoma de la sociedad del cansancio. El sujeto forzado a rendir sufre de síndrome del desgaste profesional (burnout) desde el momento en que siente que ya no puede más. Fracasa por culpa de las exigencias de rendimiento que se impone a sí mismo. La posibilidad de no poder más le lleva a hacerse autorreproches destructivos y a autoagredirse. El sujeto forzado a rendir pelea contra sí mismo y sucumbe por ello. «El virus SARS-CoV-2 sobrecarga nuestra sociedad del cansancio radicalizando sus distorsiones patológicas. Nos sume en un agotamiento colectivo y, por eso, se podría llamar también el virus del cansancio.»

También nos agota la falta de contactos sociales, la falta de abrazos y de contacto corporal con los demás. En el libro La desaparición de los rituales su análisis parte de que hoy estamos perdiendo las estructuras temporales que dan estabilidad a la vida. Los rituales generan una comunidad sin comunicación, mientras que lo que hoy predomina es una comunicación sin comunidad. Los medios sociales y la permanente escenificación del ego en las redes nos agotan porque destruyen el tejido social y la comunidad. También aquí se confirma de nuevo la tesis de que el virus es el espejo de la sociedad y agudiza sus crisis. La distancia social destruye lo social. El virus radicaliza esa expulsión de lo distinto que había ya antes de la pandemia. Nos estamos dando cuenta con la pandemia de que ya la mera presencia corporal del otro tiene algo que nos hace sentir felices, de que el lenguaje implica una experiencia corporal, de que un diálogo logrado presupone un cuerpo, de que somos seres corpóreos.

El complejo problema que plantea Han es que el capitalismo neoliberal convence al sujeto para que sea él mismo el que se explote, para que se aliene a sí mismo sin necesidad de presión. El Poder, para conseguir lo que quiere, ya no necesita oprimir, ni reprimir, ni censurar. Han no está diciendo que se haya terminado la violencia. La violencia actúa como siempre, para nuestra desgracia, pero lo hace con otro plan de ataque. Igual que hicieron los aqueos con los troyanos, el Caballo de Troya que nos entregaron ha sido el de la libertad. El actual Poder ya no teme la libertad. Y es que de la libertad ya no surge ningún contrapoder, no surgen alternativas competentes que pongan en peligro su hegemonía.

PSICOPOLÍTICA

La técnica disciplinaria propia de la sociedad industrializada operaba no solo sobre el cuerpo, sino también sobre la mente. No obstante, la psique no está en el punto de mira del poder disciplinario. La técnica ortopédica del poder disciplinario es muy burda para penetrar en las capas profundas de la psique con sus anhelos ocultos, sus necesidades y sus deseos, y acabar apoderándose de ellos.

El poder disciplinario descubre a la «población» como una masa de producción y de reproducción que ha de administrar meticulosamente. De esto se ocupa la biopolítica. La reproducción, las tasas de natalidad y mortalidad, el nivel de salud, la esperanza de vida… se convierten en objeto de controles reguladores. La biopolítica es la forma de gobierno de la sociedad disciplinaria. Pero es totalmente inadecuada para el régimen neoliberal que explota principalmente la psique. Este giro a la psique, y con ello a la psicopolítica, está relacionado con la forma de producción del capitalismo actual, puesto que este último está determinado por formas de producción inmateriales e incorpóreas. No se producen objetos físicos, sino objetos no-físicos como informaciones y programas. “El neoliberalismo (…), descubre la psique como fuerza productiva.”

La positivización propia de la sociedad del rendimiento ha invadido la esfera de la comunicación gracias a las nuevas tecnologías de la era digital. Aparentemente estos medios de información (internet, smartphones, etc.) nos dan una apertura sin límites, una libertad total, pero curiosamente esa libertad y comunicación ilimitadas se convierten en control y vigilancia totales: “La información es una positividad que puede circular sin contexto por carecer de interioridad. De esta forma es posible acelerar la circulación de información”. Es el dominio basado en la libre exposición de las psiques individuales mediante los medios digitales.

Lo importante no es tanto someter a los sujetos como hacerlos dependientes. De este modo aparece un poder inteligente, que no se enfrenta a la voluntad de los sometidos, sino que los seduce.

La digitalización se ha apoderado también de la esfera política y está provocando distorsiones y trastornos masivos en el proceso democrático. La esfera pública discursiva, esencial para la democracia, debía su existencia al público lector. Los medios de comunicación electrónicos destruyen el discurso racional determinado por la cultura del libro. En estos medios, debido a su estructura anfiteatral, los receptores están condenados a la pasividad. Cautivan al público como oyente y espectador, pero al mismo tiempo le privan de la distancia de la ‘madurez’, de la posibilidad de hablar y contradecir. Los razonamientos de un público lector ceden al ‘intercambio de gustos’ e ‘inclinaciones’ de los consumidores. El esfuerzo del conocimiento y la percepción se sustituye por el negocio de la distracción. La consecuencia es una rápida decadencia del juicio humano. Vivimos en medio de lo que podría llamarse una desregulación del mercado cognitivo. Y ahí una subjetividad sobrecargada también puede sentirse aliviada con una teoría de la conspiración o con los negacionismos que surgen en un contexto de miedo o impotencia.

Vivimos en la guerra de la información. No hay lugar para el discurso. La democracia es lenta, larga y tediosa, y la difusión viral de la información, la infodemia, perjudica en gran medida el proceso democrático. Los argumentos no tienen cabida en los tuits o en los memes que se propagan y proliferan a velocidad viral. La coherencia lógica que caracteriza el discurso es ajena a los medios virales. La información tiene su propia lógica más allá de la verdad y la mentira, su propia temporalidad. También las noticias falsas son, ante todo, información. Dice Han que antes de que un proceso de verificación se ponga en marcha, ya ha tenido todo su efecto. La información corre más que la verdad y no puede ser alcanzada por esta. El intento de combatir la infodemia con la verdad está, pues, condenado al fracaso. Es resistente a la verdad.

La novela 1984 de George Orwell ha vuelto a convertirse hace poco en un éxito de ventas mundial. Las personas tienen la sensación de que algo no va bien con nuestra zona de confort digital. Pero nuestra sociedad se parece más a Un mundo feliz de Aldous Huxley. En 1984 las personas son controladas mediante la amenaza de hacerles daño. En Un mundo feliz son controladas mediante la administración de placer. El Estado distribuye una droga llamada “soma” para que todo el mundo se sienta feliz. Ese es nuestro futuro, según Han.

El principio de negatividad, que es constitutivo del Estado vigilante de Orwell, cede ante el principio de la positividad. No se reprimen las necesidades, se las estimula. En lugar de confesiones extraídas con tortura, tiene lugar un desnudamiento voluntario. El Big Brother tiene un aspecto amable. El Self-Tracking se equipara cada vez más a la autovigilancia. En cuanto sujeto que se ilumina y vigila a sí mismo, está aislado en un panóptico en el que es simultáneamente recluso y guardián. El sujeto en red, digitalizado, es un panóptico de sí mismo.

En una polémica que tuvo Byung-Chul Han con el pensador postmarxista Toni Negri, el filósofo le explicaba que es necesaria una comprensión adecuada de cómo funcionan hoy el poder y la dominación. Le parecían muy ingenuas y alejadas de la realidad las posturas de Negri. En la sociedad disciplinaria eran visibles tanto la opresión como los opresores frente a los que tenía sentido la resistencia. Ahora el poder estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor, cautivador.

Han sitúa también su perspectiva de la sociedad del rendimiento en diálogo con Marx. Sostiene que la dialéctica entre trabajador explotado y capitalista explotador se resuelve en el nuevo liberalismo en una coincidencia entre el sujeto explotador y el sujeto explotado: “El neoliberalismo, y no la revolución comunista, elimina la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. (…) La lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo.” “el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.”

La dominación que somete y ataca la libertad no es estable. Por ello el régimen neoliberal es tan estable, se inmuniza contra toda resistencia, porque hace uso de la libertad, en lugar de someterla. Hoy no hay ninguna multitud cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa revolucionaria global. Hoy compiten todos contra todos, y eso conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye la solidaridad y el sentido de comunidad. No se forma una masa      revolucionaria con individuos agotados, depresivos, aislados. “En esta sociedad de la obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados.” Enfermedades como la depresión y el síndrome de burnout son la expresión de una crisis profunda de la libertad. Son un signo patológico de que hoy la libertad se convierte, por diferentes vías, en coacción.

En el neoliberalismo se explota a niveles de máximo rendimiento todo aquello que pertenece a las prácticas y formas de la libertad, como la emoción, el juego y la comunicación. Se ha constituido como dicen algunos en una «economía del deseo». Su objetivo es la mercantilización completa de la vida. El capitalismo global no se ocupa sólo de cosas puramente económicas, sino que es también ontológico; tiene una visión definida sobre el ser humano, cuya energía constitutiva –el deseo– se encarga de capturar y disciplinar, para someterla a sus leyes.

No es posible explicar el neoliberalismo de un modo marxista. Ya no es posible sostener la distinción entre proletariado y burguesía. El proletario es literalmente aquel que tiene a sus hijos como única posesión. Su autoproducción se limita únicamente a la reproducción biológica. Hoy, por el contrario, se extiende la ilusión de que cada uno, en cuanto proyecto libre de sí mismo, es capaz de una autoproducción ilimitada. Por el aislamiento del sujeto de rendimiento, explotador de sí mismo, no se forma ningún nosotros político con capacidad para una acción común.

Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema.

En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo.

Podemos plantear aquí la siguiente cuestión que hace el filósofo Slavoj Žižek. Él objeta a Han que la explotación a cargo de otros no es que haya dado paso a la autoexplotación, sino que se ha externalizado a los países del Tercer Mundo. Es la misma línea que trabaja Stephan Lessenich en “La sociedad de la externalización”. Byung-Chul Han lo reconoce. Está de acuerdo con Žižek. Es eso lo que sucede: “La sociedad del cansancio describe la sociedad  neoliberal de Occidente y no a los trabajadores de las fábricas chinas. A estos yo no les diagnosticaría autoexplotación. Pero, por otro lado, lo que yo llamaría mentalidad neoliberal se propaga también en el Tercer Mundo a través de los medios sociales. También ahí los hombres se aíslan y se vuelven narcisistas. Como todos los demás, asimilan el mantra neoliberal: quien fracasa lo hace por su culpa. Se acusan a sí mismos y no a la sociedad. En mayor o menor medida, los medios sociales convierten a cada uno de nosotros en productor, en empresario de sí mismo. Globalizan el estilo de vida neoliberal.” Žižek no analiza ese cansancio fundamental, que funciona como una radiación de fondo que nos traspasa a todos, que ya no afecta solo a la sociedad occidental, sino que parece representar un fenómeno global, según Han.

El concepto de las “tecnologías del yo” de las que hablaba Foucault, por las que el hombre cuida de sí, transforma su cuerpo y su conducta con el objetivo de la consecución de la felicidad, la pureza, la sabiduría, etc… (que se contrapone, por cierto, a la moral cristiana de renuncia de uno mismo), en realidad serían formas de autoexplotación inconscientes. Foucault no ve que el yo como obra de arte a perfeccionar es un engaño que el régimen neoliberal mantiene para poder explotarlo totalmente. Foucault supo captar el alma del capitalismo, pero no logró adivinar su estación final. Pensaban que los flujos de deseo podían organizarse como redes de colaboración contra las formas rígidas y opresoras del poder, convirtiéndose en una nueva fuerza revolucionaria. Pero el capitalismo ha sido capaz de organizar y someter estos flujos de un modo mucho más incisivo, demostrando que dispone de un poder que puede esclavizarnos de un modo tal que queramos o deseemos esa esclavitud, a la que absurdamente llegamos a llamar ‘libertad’. Al capitalismo ya no le basta con que los individuos asuman su lugar como productores y consumidores. Les pide erigirse en emprendedores de sí mismos que conviertan en mercancía su propio cuerpo, su sexualidad, sus pulsiones, incluso sus traumas y miedos más inconfesables.

Vemos entonces que la configuración del psicopoder es espacial, se conforma como una red de sentido en la que las distintas acciones y poderes individuales quedan estructurados en una dirección: Este espacio de sentido que vertebra el poder es de importancia capital en la noción de psicopolítica, precisamente porque la sociedad de rendimiento caracterizada por la globalización y el uso de las tecnologías crea un espacio anónimo de sentido: la dictadura del “se”. Byung-Chul Han se basa en la filosofía de la cotidianidad de Heidegger: la sociedad genera un horizonte de sentido que puede ser asumido de manera aséptica. El imperativo del “se” es un poder impersonal, proporciona un sentido que los individuos toman como suyo sin más cuestionamiento: lo que “se” piensa, lo que “se” dice, lo que “se” hace. La «dictadura» del “se” no se realiza por medio de la presión o la prohibición. Más bien toma la forma de lo que es habitual. Es una dictadura de lo que parece en sí mismo elemental. El poder que opera sobre la costumbre es mucho más eficiente y estable que el poder que articula órdenes o ejercita la violencia. La sociedad genera comportamientos y esquemas de pensamiento habituales que son asumidos por todos y a la vez no le pertenecen a nadie en concreto. Cuando un poder logra generar estos hábitos o esquemas de sentido es cuando es realmente poderoso. La “dictadura del se” aparece como un poder impersonal al que libremente nos configuramos.

Editorial Voz de los sin Voz Nº 819
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