A 100 años de la gran traición socialista: buscar la Verdad y el Bien Común van de la mano

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Hace poco me invitaron a participar en una mesa redonda organizada por la iglesia luterana alemana bajo el lema Sin Verdad no hay Futuro. Se celebraba en el marco de las conmemoraciones por el centenario de la revolución socialista de los marineros y portuarios de Kiel de 1918 que forzó el fin de la Primera Guerra Mundial. En ella coincidí con un historiador y politólogo francés que se presentaba como socialista, agnóstico y asesor de una fundación socialdemócrata cuyo nombre intuirán en breve.

 

Su punto de partida era un simple y valiente silogismo:

 

“El socialismo nació para defender al Bien Común. El Bien Común es incompatible con la mentira y sólo se construye desde el amor a la Verdad. Por tanto, el socialismo debe desenmascarar sus propios mitos y mentiras del pasado para poderse centrar en la única verdad por la que merece la penas luchar: la del valor absoluto de toda Vida humana.”

 

“La Verdad no se construye, por mucho que el socialismo post-1968 defienda lo contrario para ocultar sus traiciones y mentiras. La Verdad primaria no es modificable por consenso: toda persona humana es digna y inviolable en cualquier circunstancia por lo que el Común tiene el mandato innegociable de protegerla cuando es demasiado débil para defenderse a si misma. Cuando la izquierda no defiende a los débiles, se convierte en derecha, si es que queremos mantener ese vetusto esquema bipolar del marketing político.”

 

“Si no quiere seguir avanzando en su actual camino hacia el basurero de la historia, el socialismo del siglo XXI debe desenmascarar sus mentiras del pasado, de las que daré algunos ejemplos, y dejarse de estridencias y sectarismos electoralistas para renovarse a fondo, y redescubrir el humanismo ilustrado y la defensa de los verdaderamente débiles frente a los fuertes como su razón de ser. Eso incluye el reconocimiento de haberse cambiado de bando y formar actualmente parte ‘de los fuertes’ en nuestra sociedad.”

“Para el capitalismo financiero de la maximización de beneficios, los seres humanos son ‘recursos’, ‘materia prima’, ‘fungibles y descartables’; en otros tiempos se le llamaba el ‘príncipe de la mentira’.”

 

“El socialismo volverá a ser fuerza histórica si deja de blanquear los asesinatos capitalistas envolviéndolos con ideologías justificadoras de apariencia progresista propagadas gracias a jugosas subvenciones. Si quiere sobrevivir, debe volver a ser defensora de los que no tienen voz, sin condiciones, uniéndose a otros sinceros buscadores de la Verdad, como lo son las iglesias luterana y católica.”

Acto seguido argumentó esta contundente introducción, planteando que la verdadera esencia de Europa es socialista gracias a su “Cultura milenaria del Padrenuestro” que fue penetrando en la forma de pensar de la gente, hasta poderse plantear cuestiones históricamente tan inauditas como la eliminación de las diferencias de clase, raza, nación y sexo. “El lema de la revolución francesa, Libertad, Igualdad, Fraternidad, fue la traducción del Padrenuestro a la vida política”, mucho más que el “Unidad, Justicia, Libertad” que adoptaron las naciones germánicas como valores fundacionales.

 

El socialismo internacionalista que nació a mediados del siglo XIX es para él “la concreción moderna laica pero nunca anti-religiosa” de este humanismo radical de raíces cristianas, necesario para enfrentarse a un capitalismo cada vez más dominante y para el que la persona humana nunca ha sido inviolable: se explota o se descarta.

Expuso que a finales del siglo XIX existían dos grandes muros de contención internacionalistas frente a la expansión del capitalismo imperialista: el socialismo y la Iglesia Católica. Cuando con las encíclicas sociales de León XIII ambos empezaban a entenderse mejor, el capitalismo imperialista de la época “se puso nervioso” y empezó una guerra sin cuartel para destruir a ambos, “por eliminación o por absorción”.

 

Desde que en 1871, Bismarck promulgara en la recién unificada Alemania sus famosas leyes anti-socialistas y anti-católicas por considerar ambas fuerzas “guiados por un poder extranjero”, el capitalismo global no ha dejado de lanzar torpedo tras torpedo bajo su línea de flotación de ambos, a la vez de ofrecerles poder y dinero para seducir sus responsables “para así mejorar la justicia social con más eficacia y recursos”, pero siempre dentro del sistema establecido.

Según este analista, el bombardeo permanente por parte de los grandes poderes imperiales terminó hundiendo y anulando al socialismo internacionalista, domesticándolo, en dos etapas, entre 1914 y 1918, mientras que la Iglesia, a pesar del daño causado, sigue y seguirá resistiendo “gracias a su fortaleza institucional, su sabiduría milenaria de adaptación a nuevas realidades y un mensaje de fraternidad universal que nunca deja de ser atractivo”.

 

Para este consultor de la socialdemocracia alemana que en algunas encuestas no pasa de un dígito, el socialismo internacionalista recibió su primer impacto mortal cuando, a cambio del fin de la persecución y de puestos remunerados para sus cargos electos, apoyó los presupuestos militaristas que permitieron iniciar la Primera Guerra Mundial, renunciando, de hecho, al internacionalismo.

 

Sin embargo, son los acontecimientos de noviembre de 1918 los que considera el “verdadero pecado original” del socialismo europeo: al finalizar la guerra y en la persona del nuevo canciller Friedrich Ebert (no electo sino nombrado por decreto de su antecesor, Príncipe Max von Baden), la socialdemocracia aceptó recibir las llaves del poder que el derrotado régimen militar alemán (al servicio del gran capital industrial) ya no le convenía ejercer directamente. Con este giro táctico, la oligarquía económica consiguió ponerse a salvo de las amenazas externas (invasión), internas (revolución) y futuras (desmontaje industrial).

 

Friedrich Ebert cumplió con tanta eficacia el encargo que su modus operandi se convirtió, según este historiador, en “manual de instrucciones para transiciones pacíficas” y, a la vez, pecado original del socialismo. Sus elementos principales son:

 

1-Blanquear la imagen del antiguo régimen para garantizar su aceptación exterior y la continuidad de sus negocios

2-Evitar la revolución (que estalló irónicamente para defender a Ebert de los militares), desactivar la capacidad autogestionaria del pueblo neutralizando los restos de una sociedad civil intacta (política o religiosa), lanzando sindicatos afines, asociaciones de vecinos, otorgando subvenciones, desprestigiando adversarios honestos,…

3-Integración de la industria nacional en la economía internacional, pagar la deuda externa y reparaciones de guerra con cargo a los presupuestos generales, sin tocar las grandes fortunas y sus activos productivos.

4-Provocar una gran crisis económica y/o un golpe de estado para borrar la deuda interna con la inflación y consolidar el nuevo régimen cuya “mano dura” no encontrará ya resistencia popular por “ser el gobierno de los nuestros”.

 

“Si esto produce un dejavú en España, sólo queda por añadir que el Friedrich Ebert español, Felipe Gonzalez, recibió formación y financiación por…. ¡la Fundación Friedrich Ebert!”, dijo este estudioso francés, añadiendo que, debido a la fuerte presencia de la Iglesia en la sociedad civil, en el caso español, se incluyó la eliminación de la Iglesia de la vida pública “en el programa oculto de la transición”.

 

“¿Qué respuestas a los retos del siglo XXI puede tener una izquierda oficial que aceptó el poder traicionando? ¡Ninguna!”, resumió enfáticamente.

“La izquierda se parece tanto a la Iglesia que también venera santos. En mi país son Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Sigue siendo tabú hablar de que ellos, junto a Pablo Picasso alternaban con las fuerzas de la ocupación nazi en los salones sociales de París porque apreciaban “su cultura y educación”. Los dioses de la izquierda no sufrieron persecución ni durante la guerra ni fueron sometido después a los juicios y vejaciones por ‘colaboracionistas’ como los que padecieron decenas de miles de franceses humildes.

 

Igualmente siguen siendo innombrables los documentos en los que instruyen a sus medios de comunicación afines para que oculten la existencia de los Gulag de Stalin “a fin de no minar la fe de los obreros en el socialismo” y, más tarde, para criticar a Chruchtchow por admitir la existencia de los campos de exterminio comunistas desde el propio Kremlin.

 

Admite que los ataques a la Iglesia también la dañaron. “Los escombros y la metralla de cada impacto se convirtieron en cismas y sectas, como las iglesias patrióticas católicas en la Alemania de Bismarck y la China de Mao, o la invasión latinoamericana por sectas evangélicas financiadas por Nixon y Rockefeller como revancha contra la condena del Vaticano a la guerra de Vietnam, con el fin de desestructurar debilitar la levantisca sociedad de su patio trasero — a fin de hacerlo “más gobernable”.

 

El equivalente político a las sectas religiosas son las ideologías particularizantes, ese sinfín de –ismos seguido por adeptos enfervorizados, intolerantes y violentos contra los que no aceptan su “verdad absoluta”, siempre dispuestos a defender “su credo ecologista, feminista, animalista, islamista, etc.”. Estas “sectas seglares” son esenciales para la renovación permanente del propio discurso dominante y distraer la parte más sensible y generosa de la población con mensajes atractivos y seductores.

 

Divide y vencerás. Confunde y vencerás. Ciega y vencerás.

 

En su análisis plantea que la rápida expansión de sectas religiosas e –ismos políticos van de la mano de una nueva antropología impulsada por los grandes poderes que sienten urgencia por “reorganizar la gobernanza del mundo” ante las amenazas de una revolución tecnológica y económica.

 

“Los seres humanos somos razón y co-razón”, empezó su explicación de las nuevas antropologías, destacando el acierto de la lengua española por la etimología común.

 

“La co-razón nuestra parte más vulnerable, se la lleva el viento si no crece junto al pensamiento crítico. La razón es renitente, parte de la Verdad. Aspira a aprehender el absoluto. La co-razón es maleable y relativista. Sentimos según qué, quién y cuándo,” dice.

 

Atacar al ser humano a través de las emociones y confundirlas con razones es fácil en tiempo de las redes sociales.

Para no quedarse al descubierto frente a razonamientos que buscan descubrir la verdad, “el socialismo oficial se rodeó de filosofías diseñadas para relativizar su fe fundacional en la justicia y la solidaridad internacionalista” que habían traicionado en Alemania, Rusia, Francia, España hace décadas… Filósofos alemanes y franceses consiguieron crear una epistemología que prescinde de la Verdad y lo relega todo a su contexto semántico. Este relativismo ha impregnado todo el pensamiento actual de una manera profunda.

 

“Como dice la escritora ucraniana Oksana Zabuzhenko resumiendo su experiencia con el post-estalinismo, ‘el postmodernismo no es más que un intento cobarde de occidente de no asumir la responsabilidad por sus propios actos y su traición al humanismo que es el fundamento de su cultura’”.

Después de Derrida, alega la pensadora ucraniana, “el asesino me ríe a la cara porque ‘tiene derecho a su punto de vista’”, sugiriendo que la única manera de evitar la caída de la otrora rica cultura de raíces judeocristianas (sobre las que creció el socialismo internacionalista), es dejar de someter “toda cosmovisión fuerte a un proceso de deconstrucción corrosiva”.

 

“Europa padece de una especie patología colectiva de tipo esquizoide por negarse enfermizamente a aceptar la posibilidad de que existan Verdades indiscutibles”.

 

El socialismo del siglo XXI debe perder el miedo a los valores absolutos, por mucho que le huelen a ser derivados de algún “ente transcendental”. Donde no hay ley reina la ley del más fuerte. Donde no hay valores absolutos, reinan aquellos que no quieren barreras que limiten su poder absoluto. Esa es la gran oportunidad del socialismo actual: abandonar los sectarismos y otros –ismos, y abrirse a una verdadera terapia colectiva para conocer, tomar conciencia y pedir perdón por sus mentiras sistémicas. Eso les abrirá a reencontrarse con otros buscadores de la Verdad. En Europa tiene a su disposición las iglesias luterana, católica, anglicana, ortodoxa, para aprender y caminar juntos y sin prejuicios decimonónicos, incrustados aún en muchos socialistas y cristianos. Es necesario recuperar los ideales y la capacidad política de “aquella izquierda que no cobraba”.

 

Se trata de recuperar el humanismo ilustrado en el que todo se puede dialogar y plantear, excepto la inviolabilidad absoluta e innegociable de la vida humana, especialmente aquella que no puede hablar por si misma. Que la cuestionen los monos o los marcianos, intelectualmente tiene un pase, que la pongamos en duda nosotros mismos, no.

 

Los sucesores de esa izquierda honesta que no reniega de estar basada en la “cultura del padrenuestro” y la Iglesia se necesitan hoy más que nunca para poder hacer ese frente común, frente a su propia corrupción y frente a los ataques de los grandes poderes. Ya nadie puede decir que la “Iglesia es de derechas”: ahora le toca a la izquierda hacer su propia limpieza para que ya nadie pueda acusarla de ser “puro fake”, pura mentira.

 

Debe quedar meridianamente claro: quien cuestiona la inviolabilidad de la vida humana se coloca en una corriente histórica poco confesable y deberá explicar cuáles son sus verdaderos intereses.

 

Rainer Uphoff. Periodista

Profesionales por el Bien Común

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