Neurocapitalismo y neuroderechos: la colonización de nuestros pensamientos

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Entrevista al neurocientífico Rafael Yuste. En su laboratorio de la Universidad de Columbia, el científico español dirige los experimentos que más lejos han llegado en el arte de “escribir” sobre cerebros. Reproducimos parte de una entrevista al ideólogo del Proyecto Brain, creado por Obama para mapear el cerebro humano. Tan rápido han ido las cosas que ahora Yuste intenta persuadir a los líderes mundiales de legislar a tiempo sobre los “neuroderechos”, pues la tecnología capaz de editarnos el pensamiento vendría en camino.

¿Estará la sociedad preparada para responder a esto?

¿Vamos a un neurocapitalismo?

En Chile se abre la puerta a una ley de «derechos cerebrales»

PBC comparte esta entrevista de La Tecera por su interés y para nuestro análisis común. No estamos de acuerdo con la visión positivista de esta colonización a merced de los poderes públicos y las plataformas tecnológicas privadas.

Reproducimos la entrevista.


Para serle franco, lo entrevisto desde el convencimiento de que nunca habrá máquinas capaces de leer nuestros pensamientos.

Pues llegas tarde. Ya las hay. Son todavía muy primitivas, pero han cruzado la línea.

Pero sólo pueden decodificar lo que estoy viendo o escuchando.

No. Ya han podido asomarse a lo que estás imaginando.

En el curso de esta entrevista, que concede desde su oficina en Nueva York, Rafael Yuste responderá pacientemente a todos los lugares comunes de la ciencia ficción. Que podremos googlear con la mente y recurrir a la telepatía como hoy recurrimos a Zoom. Que hablarán los mudos y se moverán los tetrapléjicos, pero también será posible crear superhumanos con fines menos altruistas. Que empresas, hackers o gobiernos se verán tentados a lavarnos el cerebro, esta vez por dentro. Que la pregunta “quién soy”, si las neurotecnologías operan en el descampado legal, podría volverse incontestable.

“La tecnología necesaria para eso viene seguro”, responde Yuste una y otra vez. “Ya sólo falta saber cuándo. Y qué vamos a hacer con ella”.

Para apurar esa causa, Yuste propuso el año 2011, en una conferencia de científicos en Londres, acometer un proyecto colectivo a gran escala: reconstruir, entre todos, el mapa completo de las más de 80 mil millones de neuronas que conversan simultáneamente en un cerebro humano. La idea prendió, Yuste visitó varias veces la Casa Blanca y en 2013 el presidente Obama anunció el Proyecto Brain, en virtud del cual centenares de científicos −premunidos de tecnologías ópticas, ondas ultrasónicas, ingeniería genética, inteligencia artificial y herramientas de big data− se internan cada año un poco más profundo en “la selva impenetrable de la sustancia gris”, como la definió Santiago Ramón y Cajal, padre de las neurociencias.

¿En qué etapa de avance va el Proyecto Brain?

Mira, hay que mapear dos cosas distintas: la estructura neuronal, que son las conexiones, y la actividad neuronal, que son las funciones. En ambos casos se empieza con animales pequeños. De la estructura, ya se mapeó hace tiempo un gusano pequeñito y el año pasado mapearon la larva de la mosca. Ahora se está mapeando la mosca entera y hace poco se lanzó un artículo para poner sobre la mesa el objetivo de mapear el cerebro entero del ratón. Ya es una cosa gigantesca, el ratón tiene 100 millones de neuronas.

¿Cada neurona tiene una función específica?

No se sabe. Yo creo que no, que funcionan más bien como los átomos, en grupo. Y en cuanto al mapeo de la actividad, hace dos años mapeamos toda la actividad de una hidra, animalitos de agua dulce que son como pólipos. Y ahora mismo están intentando mapear toda la actividad del gusano y del pez cebra. Vamos poco a poco. Actualmente hay 500 laboratorios participando, el 80% en Estados Unidos y 20% en el resto del mundo.

El hecho de que Trump no sea muy amigo del multilateralismo, menos aún financiado por Estados Unidos, ¿no ha afectado al proyecto?

En absoluto. Esa fue la estrategia brillante de Obama: incrustar el Proyecto Brain en la burocracia. Porque tú sabes que una vez que una cosa se hace burocrática, ya nadie puede con ella [se ríe]. Además, es de las pocas políticas que tiene el apoyo de los dos partidos en Estados Unidos. El presupuesto de este año va a rondar los US$ 450 millones y durante los 12 o 15 años que dure el proyecto acabarán siendo varios miles de millones. En todo caso, esto avanza en paralelo a las tecnologías, porque no necesitas el mapa completo del cerebro para trabajar con ciertas partes.

Me iba a contar de las máquinas que ya nos leen el pensamiento.

Sí. Las neurotecnologías se dividen en dos tipos: las que leen la actividad cerebral, que es como “bajarla” del cerebro al dispositivo, y las que cambian la actividad, que como escribirla o “subirla” desde el dispositivo al cerebro. Las tecnologías para leer siempre van más adelante, como es lógico. Un grupo de Berkeley, que deben ser hoy los mejores del mundo en esto, hace lo siguiente desde el año 2008. Te muestran 100 imágenes y escanean la respuesta de tu cerebro a cada una de ellas. Luego te dicen: “Piensa en una de las 100 imágenes”. Tú piensas en una y ellos saben decirte en cuál estás pensando.

Ya pueden hacer eso.

Pero es lo de menos, ahora viene lo interesante. Te dicen después: “Piensa en algo que no te hayamos mostrado”. Tú piensas en una cosa, ellos triangulan lo que muestra el escáner con lo que mostró cuando viste las 100 imágenes y se aproximan a lo que estás pensando. No es exacto, pero se acerca mucho y desde 2008 han mejorado muchísimo la precisión. Tú ya sabes que los algoritmos de las redes sociales usan tu historial de datos para predecir tu comportamiento, pero aquí ya predicen lo que tienes en tu imaginación. Y te estoy contando lo que se hace en la academia, porque no sé lo que están haciendo las empresas privadas y los ejércitos.

Según las investigaciones de algunos medios estadounidenses, el Pentágono y el gobierno chino no se están quedando atrás.

Claro, pero no conocemos los detalles. Lo que sí es público, por ejemplo, es que Facebook está desarrollando una tecnología para descifrar las palabras que quieres escribir en tu ordenador sólo con que pienses en ellas. Este año se publicó en Nature un estudio de académicos, pero financiado por Facebook, que logró identificar con hasta el 97% de precisión qué palabras decía una persona −dentro de un vocabulario pequeño, ordenado en 50 oraciones− sólo mirando el interior de su cerebro. Por ahora, lo hacen con pacientes epilépticos que ya tienen sensores implantados con fines médicos, pero están buscando el modo de hacerlo con dispositivos externos.

¿Cree que en 20 años más podríamos sostener esta conversación sin necesidad de hablar?

Sinceramente, le doy cinco años a eso, por lo menos en su versión experimental. Pero estamos hablando de las tecnologías para leer. Para escribir falta un poco más.

¿Qué se ha logrado hasta ahora?

Bueno, en mi laboratorio somos expertos en escribir actividad cerebral en ratones. Y ya podemos, usando láseres infrarrojos, implantar en su cerebro imágenes que el ratón no está viendo realmente.

¿Cómo lo hacen?

Primero, leemos la actividad que produce su corteza visual en respuesta a distintas imágenes que sí ve. Y le enseñamos al ratón a comportarse de manera que, cuando vea la imagen A, chupe una cánula donde le damos un poco de jugo. Y que cuando vea la imagen B, no chupe. Así sabemos lo que el ratón cree estar viendo. Cuando ya le tenemos entrenado, le apagamos el estímulo visual y le metemos con láseres la imagen A o B, estimulando las neuronas que respondían a cada imagen. Y se comporta exactamente igual que como si la estuviera viendo: si es A, chupa, si es B, no chupa.

O sea, le implantan su propia memoria de la imagen, pero todavía no es posible trasplantarla desde la memoria de otro ratón.

No, y es un buen punto. Estas tecnologías son todavía individuales. Por eso a cada persona que participa de un estudio hay que hacerle todo el mapeo primero. Porque a otra persona le muestras la misma imagen y se le encienden otras partes del cerebro, no muy distintas pero tampoco iguales. Pero hoy sí podríamos, por ejemplo, trasplantar una imagen de un cerebro a otro usando los parámetros equivalentes en la memoria de cada uno. No lo hemos hecho todavía con dos ratones, pero ya podríamos hacerlo y con toda seguridad se acabará haciendo en humanos. Una demostración es lo que presentó Elon Musk hace pocas semanas.

Con un chip implantado en el cerebro de una chancha.

Exacto. Le pusieron una interfaz cerebro-computadora para leer su cerebro y también escribir en él. Funciona de manera inalámbrica y ya es tecnología muy sofisticada. Y ya pidieron permiso para ponérsela a personas.

¿El avance ha sido más rápido de lo que usted se imaginaba hace 10 años?

Muchísimo más rápido. Y también ha ido mucho más rápido de lo que yo hubiera previsto hace dos años. Imagínate que llevo 30 años en la neurotecnología y la primera reunión sobre las consecuencias éticas la hicimos recién en 2016. Y desde entonces la aceleración fue brutal. Sobre todo en el último año, porque ya saltó de la academia a las empresas privadas.

Algunos artículos han anunciado un inminente “neurocapitalismo”…

Pues el neurocapitalismo ya ha empezado. En el último año, Microsoft y Facebook invirtieron mil millones de dólares cada una comprando startups de neurotecnología. Y el objetivo de Elon Musk con Neuralink es aumentar cognitivamente a las personas, va directamente a por ello.

Ya no se disfraza de “esto es para curar enfermedades”.

Exactamente. En la academia lo hacemos para combatir enfermedades o entender cómo funciona el cerebro, pero las compañías estas lo que quieren es ganar dinero. Y la razón por la cual se metieron de lleno en este asunto es que no quieren quedarse atrás en lo que puede ser la próxima revolución tecnológica: saltar de un iPhone en el bolsillo a un dispositivo en la cabeza.

¿Cree en el futuro nos iremos acostumbrando a que nos lean un poco el cerebro a cambio de facilitarnos la vida?

Creo que sí. Veo muy posible que, de aquí a 10 años, los dispositivos celulares se conviertan en cascos o diademas o gorras o gafas que nos comuniquen directamente al cerebro, de ida y de vuelta. Y creo que esto será una gran evolución para la humanidad. A mí, que soy muy torpe escribiendo en máquinas, me encantaría poder pensar y que se vaya escribiendo todo. Lo haría mucho más rápido. Imagínate para la gente que tiene impedimentos para hablar. Son dos ejemplos entre las miles de aplicaciones que podría tener esto. Pero tenemos que ponerle algunas normas éticas, para que estas tecnologías vayan por donde tiene que ir.

El miércoles 7, el senador Guido Girardi, que preside la comisión Desafíos del Futuro del Senado, presentó junto a un grupo de científicos y rectores una reforma constitucional y un proyecto de ley que recogen las inquietudes de Yuste. De aprobarse, asegura el neurobiólogo, “Chile va a ser pionero en el mundo. Y espero que se convierta en un ejemplo a seguir por otros países, porque los datos cerebrales no comprometen derechos de propiedad, sino derechos humanos”.

Tampoco se trata, aclara sin embargo, de crear regulaciones demasiado restrictivas. Sería cerrarle el paso a una revolución en el tratamiento de enfermedades mentales, o privar a quienes sufren de parálisis de herramientas que les podrían cambiar la vida. Pero las mismas tecnologías, mal usadas, podrían dar lugar a distopías sociales, políticas e incluso existenciales. La medicina ya ha reportado casos de pacientes expuestos a neurodispositivos que se han sentido incapaces de determinar dónde termina su yo y dónde empieza la máquina.

Buscando un punto de equilibrio, la propuesta que ha liderado Yuste contempla cinco neuroderechos fundamentales: «El primero es el derecho a la identidad personal: que tú tengas derecho a ser tú. Porque si te quitan eso, ya me dirás de qué valen el resto de los derechos humanos. El segundo es el derecho al libre albedrío. Mucha gente dice “la manipulación ha existido siempre, esto es lo mismo que cuando te lavan el cerebro desde afuera”. No es lo mismo. Lo que te meto en el cerebro ya no te viene de afuera, no puedes tomar distancia y decir “esto no lo estoy pensando yo”. El tercero es el derecho a la privacidad mental, que debería contemplar los contenidos conscientes de la mente pero también los subconscientes, que son la mayor parte.

Sería el derecho a que nadie sepa de mí lo que yo tampoco sé.

Y ya te imaginas lo que puedo hacer contigo si te llevo esa ventaja. El cuarto derecho es el acceso equitativo a las tecnologías que permitirán a las personas aumentar su capacidad cognitiva. Y el quinto es que no haya sesgos socioculturales en los algoritmos que se utilicen.

Desde la academia ya han surgido críticos de esta cruzada legal. Dicen que falta mucho para que sea necesaria y que lo urgente es regular el uso de otro tipo de datos.

Precisamente porque ya hemos perdido mucha privacidad con internet, debemos recordar lo que dice el Dilema de Collingridge: cuando aparece una tecnología nueva, no sabes muy bien para qué va a servir pero es muy fácil regularla; pero después, si la dejas extenderse por toda la población, ya sabes para qué sirve pero es imposible regularla. Por lo tanto, si esperamos a que regular esto sea urgente, probablemente esperaremos a que sea tarde.

¿La idea es exigir el uso consentido de los datos cerebrales o prohibir su uso aunque haya consentimiento?

Depende del caso, pero lo importante es que eso se tiene que discutir democráticamente. Yo soy un científico, no soy nadie para decidir por la sociedad. Pero sé que esto es tan importante que requiere una discusión pública. Nuestra propuesta, en todo caso, es que sólo se debiera acceder a los datos cerebrales por razones médicas o científicas. Y que no se debería poder comerciar con ellos. Proponemos que sean tratados como un órgano del cuerpo. Eso limitaría la posibilidad de que las personas tengan actividad neuronal a cambio de una recompensa financiera, tal como la legislación prohíbe la venta de órganos.

Si su causa prospera, entonces, arruinará las inversiones que están haciendo Mark Zuckerberg y Elon Musk.

Bueno, hay soluciones intermedias, también estamos trabajando en ello. Una propuesta es que los datos se queden en tu dispositivo y no vayan al servidor de la empresa, pero que ellos sí puedan utilizar lo que han aprendido de tus datos para mejorar sus programas y sus algoritmos. Y esta idea ha surgido de Google, ellos están siendo los primeros interesados en no aparecer como los malos de la película.

Fuente La Tercera

 

 

 

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