La “espiritualidad profesional” por el Bien Común, un desafío entusiasmante (2)

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Como ya hemos señalado anteriormente queremos compartir algunos  principios que podrían constituir la base de la espiritualidad  profesional por el  Bien Común. Pensamos especialmente en los jóvenes que están al principio de su proyecto vocacional y esperamos que  descubran un camino de compromiso y responsabilidad entusiasmante.

  1. La persona es lo primero. El ser humano, es persona, y como tal es el sujeto activo y responsable del trabajo. No es un individuo anónimo de una masa o colectivo; no es un instrumento; no es una  estadística; no es un dato; no es un “recurso humano”. Es persona, única a irrepetible, abierta de forma natural a lo comunitario, a la solidaridad. Por la dignidad personal que tiene no hay rendimiento o eficiencia económica que pueda levantarse  a costa de la dignidad de un ser humano. La sociedad es una comunidad de personas y no un sumatorio de individuos en conflicto permanente unos con otros. Sin esta noción comunitaria ni el Bien Común ni los Derechos Humanos tienen sentido porque todo sería reducido a una lucha de intereses donde “mis derechos” son a costa de “tus derechos”. La lucha por la justicia social no puede ser una “lucha contra los demás”. Esto no significa negar la evidencia  del conflicto sino asumirlo adecuadamente.
  2. Vocación profesional. Lo profesional es una de las facetas fundamentales de la vocación al Bien Común que tiene todo ser humano. Entendemos lo vocacional como aquella llamada personal pero al mismo tiempo con dimensión comunitaria para que cada ser humano se desarrolle plena e integralmente encontrando en ello el sentido de su existencia. Este sentido solo se puede alcanzar buscando el bien de todos y de cada uno sin exclusión de nadie.  La vocación profesional se descubre y desarrolla cuando las cualidades que más amamos las ponemos en concordancia con las necesidades de los demás. Hay que trabajar para que todo el mundo pueda descubrir y desarrollar su vocación profesional.
  3. El trabajo es una característica distintiva de lo humano. Es uno de los ámbitos esenciales del desarrollo de la persona por eso ocupa una parte fundamental de la cuestión social y política. El trabajo tiene una valor ético intrínseco porque quien lo realiza es una persona y porque sin el trabajo no existiría la familia, la sociedad ni nada de lo que ha servido para el progreso de la humanidad.

Por ello, al mismo tiempo el trabajo es una fuente de derechos;  derechos que hay que respetar para que haya justicia y paz.  La realización de los derechos profesionales no se deriva del sistema económico como un producto secundario sino que es el sistema económico el que debe organizarse respetando los derechos del trabajo empezando por la justa remuneración .

  1. El trabajo, por tanto, tiene prioridad sobre el capital. De hecho el trabajo, en sentido amplio, podría ser considerado todo tipo de actividad hecha por el hombre para su desarrollo personal y comunitario. De aquí que se pueda considerar también al capital como trabajo  Cuando se degrada la actividad laboral  mediante la explotación, la precariedad, la esclavitud o el desempleo se está atacando directamente a la dignidad humana. Por ello, los derechos del trabajo y de los trabajadores son derechos humanos inalienables. El capitalismo, en cualquiera de sus versiones liberal,  estatal  o tecnológica supone una inversión del principio de primacía de la persona y por tanto es inaceptable.
  2. Toda discriminación laboral debe ser suprimida. No es más digno o de más categoría el trabajo intelectual que el trabajo manual; el industrial que el agrícola;  el trabajo de un hombre que el de una mujer; o el de un sano que el de un enfermo… En este sentido las personas discapacitadas en alguna función  nunca están descartadas de poder trabajar por el Bien Común. Los emigrantes, muchos de ellos forzosos, tampoco pueden ser discriminados sino acogidos trabajando para que se rectifiquen la causas que han forzado su migración.
  3. El trabajo es el fundamento de la vida familiar que es otra de las dimensiones de la vocación al Bien Común de todo ser humano. El trabajo de los padres debe ser de tal forma que permita el sostenimiento, el cuidado y la educación de los hijos. Si esto no es así entonces hay una violación de los derechos humanos. Derechos humanos que nacen para proteger  los “deberes humanos”. Así el deber de cuidar la vida de los hijos debe estar protegido por el derecho a un trabajo digno

Por otro lado,  colaborar en los trabajos del hogar es una  fuente primaria de aprendizaje y responsabilidad para los hijos. La virtud de la laboriosidad y de la solidaridad se educan en primer lugar en la familia.

La propiedad, incluida la de los medios de producción, que es signo de libertad para la familia es fruto del trabajo y debe servir a la persona  pero siempre bajo la hipoteca del Bien Común. Nunca la especulación o la acumulación insolidarias están justificadas.

  1. La sociedad existe gracias al trabajo de todas las generaciones anteriores. Hay que reconocer con humildad el trabajo y el sacrificio de todos los que nos han precedido en la búsqueda del Bien Común. Los jóvenes especialmente debe ser educados en  valorar adecuadamente lo que reciben de sus mayores.

Así también, el trabajo debe respetar  los recursos naturales en solidaridad con los generaciones futuras con las que siempre se debe ser responsable. No podemos justificar un sistema económico materialista y consumista que no solo no respeta los derechos actuales del trabajo sino que no tiene en consideración el futuro de la humanidad degradando y esquilmando el medio ambiente que es un bien común.

Por tanto, el trabajo debe respetar un doble patrimonio: el trabajo de las generaciones pasadas y los recursos que van a necesitar las generaciones futuras. Así el concepto de socialización es perfectamente compatible con el principio de primacía de la persona. Se trata de poner el uso de la propiedad al servicio del bien común de la sociedad pero respetando la libertad personal: propiedad personal socializada.

  1. Fraternidad. Si bien todo lo anterior es perfectamente asumible por creyentes (diversos) y no creyentes basándose en la primacía de la persona humana, los que somos cristianos encontramos además el fundamento de esta espiritualidad en Jesús y en lo que Él es y representa. No solo consideramos a todos los hombres y mujeres libres e iguales en dignidad sino que creemos que somos hermanos, hijos de un mismo Padre. Por ello trabajamos por una auténtica comunión. Creemos que los más empobrecidos, débiles y oprimidos son el mismo Jesús por ello no aceptamos ningún tipo de sectarismo ideológico. Contemplamos la naturaleza y la vida, especialmente  la vida humana, no como un recurso sino como un regalo que debemos cuidar y preservar.  Y finalmente, en el trabajo por el Bien Común nos sentimos colaboradores de Jesús  intentando que todo sea mejor, más verdadero y más bello procurando desde aquí  que la humildad  sea la virtud  por excelencia del profesional por el Bien Común[1].

En Profesionales por el Bien Común trabajamos ya  personas de diferentes creencias pero siempre desde el respeto sagrado a la persona humana.

 

Carlos Llarandi Arroyo.

Profesionales por el Bien Común.

[1]      Recomendamos para toda esta reflexión la  carta encíclica de San Juan Pablo II , «Laborem exercens», Carta Magna del trabajo. Posiblemente el escrito sobre este tema más revolucionario del siglo XX. http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens.html

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