La dimensión espiritual del trabajo por el Bien Común. Desafío para el siglo XXI (1)

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La realidad está cambiando exponencialmente y uno de los aspectos que mejor manifiesta este cambio de época es la revitalización  de la dimensión espiritual en todo el quehacer humano. Cada día son más los fenómenos personales y sociales donde se redescubre esta dimensión. La  economía, la política, el arte, la ciencia y la tecnología deben aceptar lo espiritual como un elemento constituyente  de la realidad si quieren simplemente comprender mejor cómo es y cómo funciona el ser humano. Desde P.B.C vamos a trabajar para que esta dimensión ocupe el lugar que le corresponde y así podamos afrontar adecuadamente nuestro trabajo por el Bien Común de la sociedad.

Iniciado sobradamente el siglo XXI estamos asistiendo una nueva fase del conflicto entre el capital y el trabajo caracterizada por un predominio, incluso dictadura, del primero sobre el segundo. Esta dominación del capital sobre  el trabajo se basa fundamentalmente  en el control de la tecnología y las finanzas en un contexto de creciente globalización en donde el capital ha reunificado más sus fuerzas mientras el mundo del trabajo se encuentra más dividido y enfrentado.

Contradictoriamente, al mismo tiempo que nos asombramos por los avances tecnológicos que podrían aliviar el sufrimiento humano en muchos campos, vemos como aumenta la explotación, la precariedad laboral incluso aparecen nuevas formas de esclavitud.  El «tener un trabajo» ya ni si quiera es una garantía para no ser pobre. La categoría de «trabajadores pobres» es un modalidad en constante crecimiento. Esto significa que la vida de una persona está permanentemente hipotecada; no es libre de desarrollar dignamente su vocación como profesional. Pero tampoco es libre de formar un matrimonio y una familia  puesto que su salario no le proporciona el mínimo necesario para alimentar, cuidar y educar a sus hijos.

El pasado verano más de 60.000 niños lo pasaron solos en España por la precariedad laboral de sus padres

Actualmente millones de jóvenes en el mundo están excluidos de hecho de la posibilidad de formar un matrimonio y  una familia. Por las mismas razones tampoco son libres aquellas personas que están  bajo el yugo del  desempleo o que ya han sido descartadas del «mercado laboral». Literalmente se les ha robado la posibilidad de ganarse  el pan con su trabajo. La Renta Básica Universal no puede responder a la dignidad del ser humano.

El ser humano debe ser el centro y el sujeto protagonista del orden económico y no por capricho sino para que pueda cumplir con lo más importante  de su vida que es su vocación al Bien Común.

Si bien el capital ( dinero, tecnología,..) y el trabajo ( personas) son dos piezas fundamentales del proceso de producción también es cierto que no son simétricos. El capital -dimensión objetiva o material- debe estar subordinado al trabajo -dimensión subjetiva o personal – puesto que este representa a la persona humana y esta debe ser siempre lo primero. El ser humano debe ser el centro y el sujeto protagonista del orden económico y no por capricho sino para que pueda cumplir con lo más importante  de su vida que es su vocación al Bien Común. La vocación al Bien Común significa que la persona encuentra el sentido y la plenitud de su vida cuando las cualidades que ha recibido no las encierra en sí  mismo sino que las abre a los demás y las pone al servicio del bien de todos.

La actual dominación del capital de sobre el trabajo que impone explotación, esclavitud, guerras, frustraciones etc. es mucho más que una simple  injusticia social y política, que lo es. Es la negación radical de lo que da sentido y plenitud a cada ser humano, único e irrepetible, la vocación por el Bien Común. Por ello, no es suficiente con denunciar y trabajar para acabar con esa injusticia. Esto hay que hacerlo pero desde la vivencia de una espiritualidad que sea capaz de trascender la realidad inmediata para ver en cada rostro humano  una dignidad tan grande e inalienable que su sola presencia movilice todas las energías para que sea respetada incluso cuando no hubiera «razones razonables» para ello.

En esta nueva fase de la historia, aunque el materialismo y el utilitarismo  son hegemónicos,  la libertad que exige la vida del espíritu humano se está abriendo camino de una forma incontestable. Ya no hay movimiento de liberación y promoción humana que no reconozca, acepte y promueva de alguna manera la dimensión espiritual del ser humano. Los reduccionismos materialistas tanto biológicos, económicos, tecnológicos o psicológicos son incapaces de explicar la realidad humana personal y social. Y muchos han aceptado ya  que los fracasos anteriores hayan podido tener su causa en una visión materialista del ser humano.

Por experiencia sabemos que el ser humano es una unidad  entre cuerpo, mente y espíritu y es este último el que hace que cada persona sea un fin en sí misma;  un ser único e irrepetible que no puede ser reducido a  simples mecanismos bioquímicos por muy sofisticados y complejos que sean. El amor y la amistad; el descubrimiento del sentido moral de la existencia;  la sensibilidad ecológica, científica y artística; la necesidad de sentido en nuestras vidas, etc. son diferentes formas de manifestarse la vida espiritual  del ser humano que sería absurdo negar.

Si buscamos vocacionalmente nuestra plenitud y sentido como personas, y por tanto como profesionales, no podemos olvidar que el Bien Común implica trabajar al mismo tiempo por el bien material, psicológico y espiritual de todas y cada una de las personas que forman nuestra sociedad. Reducir el bien común a aspectos materiales o psicológicos es garantía de fracaso.

Por ello, nos parece fundamental ir proponiendo los elementos que podrían constituir la dimensión espiritual del trabajo por el Bien Común.

Carlos Llarandi Arroyo

Profesionales por el Bien Común

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