El proceso catalán: El nacionalismo es una estructura contra el Bien Común.

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      En política ningún hecho institucional es despreciable porque una institución siempre  implica a un colectivo humano que reunido por un proyecto  más o menos común, organiza un poder colectivo para conseguir unos objetivos a medio y largo plazo. Siempre conlleva el establecimiento de una estrategia que pone en coherencia los medios  necesarios con los fines que se pretenden conseguir. Junto con ello, la institución define un campo de actuación donde ciertas acciones se consideran adecuadas y otras se descartan o se deslegitiman.

Las personas vinculadas al proceso institucional  lo hacen mediante un determinado estatuto definido por los derechos y por los deberes que les corresponden, asumiendo un rol concreto definido por las tareas a realizar de tal forma que el sujeto tiene que asimilar el proyecto institucional al que pertenece. Se establece así una relación intrínseca entre la dimensión institucional y la dimensión individual de tal forma que hay una correspondencia insoslayable entre la  responsabilidad personal subjetiva y la responsabilidad colectiva y objetiva de la estructura institucional.

Por ello, en el proceso catalán, nadie queda exento de responsabilidad. Los sujetos implicados en el proceso institucional deben asumir proporcionalmente su cuota de responsabilidad moral, política  y judicial. Es muy importante que vayamos asumiendo todos las responsabilidades que tenemos en este conflicto. Unos por acción, otros por omisión y otros por pura negligencia política. Todos debemos  dar cuentas.

Si una institución trabaja por el Bien Común podremos decir que la institución está legitimada, pero si la institución trabaja contra el Bien Común, se la puede considerar injusta y por tanto está radicalmente deslegitimada. Normalmente este desfase entre el Bien Común y la finalidad efectiva de la institución  injusta se camufla con todo un aparato mendaz de propaganda ideológica. Y esta debe ser la primera clave de lectura. Todo el proceso nacionalista e independentista catalán es una construcción ideológica e institucional basada en una mentira consentida e impuesta desde el poder durante más de 30 años.

Todo el proceso nacionalista e independentista catalán es una construcción ideológica e institucional basada en una mentira consentida e impuesta desde el poder durante más de 30 años.

Bien entrado el siglo XXI, donde la interdependencia planetaria a todos los niveles (económico, ambiental, científico,  tecnológico,…)  es una realidad,  la tendencia política  que mejor puede construir un Bien Común de dimensiones necesariamente universales es la promoción de comunidades políticas cada vez más amplias basadas en la solidaridad y en  el protagonismo de la base social  respetando la idiosincrasia de los pueblos que las integran. Por ello, en lugar de favorecer el fraccionamiento, la separación y el enfrentamiento hay que movilizarse en sentido contrario. No para favorecer nacionalismos e imperialismos más grandes sino comunidades políticas solidarias más extensas e integradas subsidiariamente.

El actual proceso nacionalista e independentista en Cataluña es, objetivamente, un proceso contra el Bien Común no solo de Cataluña y de España sino también de toda la humanidad puesto que en lugar de promocionar una solidaridad creciente, intenta defender los intereses y los privilegios de un sector  que siempre se ha beneficiado de las prebendas del poder político y económico nacional y regional. Cataluña no ha sido ni oprimida ni expoliada. Millones de inmigrantes provenientes de las regiones más empobrecidas de España, y ahora también del mundo,  han alimentado  y siguen alimentando con su trabajo  y sus estudios el progreso de Cataluña. También de Madrid y del País Vasco. La actual estructura económica y política de España, no solo no perjudica a las regiones más enriquecidas como Cataluña sino que las sigue favoreciendo. El nacionalismo y el independentismo son expresiones institucionales de un egoísmo colectivo que siempre quiere más.

Además hay que añadir  que  todo proceso nacionalista tiene una componente indispensable de naturaleza  supremacista cultural y biológica, más o menos disimulada pero muy potente, que siempre resurge y  que sirve para reforzar la cohesión política del corpus nacionalista fomentando el desprecio al otro: al charnego, al maqueto, al  negrata, al panchito, al moro, al rumano, que normalmente es despreciado más por su pobreza que por su origen étnico. Sobre este supremacismo malamente disimulado se levanta el fanatismo ideológico que caracteriza dramáticamente a este proceso: familias enfrentadas, amistades rotas, señalamiento social incluso de los niños. Una tragedia.

Esta tendencia supremacista y fanática se inyecta a través del sistema educativo y mediático consiguiendo, entre otros,  el efecto perverso de que muchos de los  hijos y nietos de los inmigrantes empobrecidos  se hacen más nacionalistas si cabe para asimilar el complejo que les ha inducido el  desprecio social al que han sido sometidos por parte de la burguesía nacionalista. Muchas de las  propias víctimas del nacionalismo se hacen victimarios de otros más débiles perpetuando el mal.

El fenómeno nacionalista catalán es un asunto complejo donde se ha mezclado el interés económico, el favoritismo político,  la corrupción, el supremacismo, el fanatismo, una pseudoizquierda desnaturalizada que ha abandonado el internacionalismo solidario que la honraba. Sin olvidar una dosis importante de complicidad clerical.

Si bien es cierto que el nacionalismo  debería ser considerado un anacronismo, la realidad parece que va en contra del progreso. Sin embargo, no podemos olvidar que Dios perdona siempre, los hombres algunas veces pero la realidad y la historia no perdonan nunca.

 

      Profesionales por el Bien Común

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