Banda ancha, comunicación y polarización política en los EEUU

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Hace un lustro, las evidencias sobre la creciente polarización y radicalización de la sociedad estadounidenses eran ya abrumadoras. Para entonces la filiación partidista se había convertido en un predictor del desprecio hacia el otro más preciso que la raza, tradicional punto de conflicto del país. La simpatía por uno u otro partido había contaminado las relaciones sociales, moldeándolas; y los niveles de rechazo a un matrimonio o a una relación inter-partidista se habían disparado en el seno de las familias. Una enorme zanja separaba al país.

Corría 2015 y tres investigadores especializados en ciencia política, Yphtach Lelkes, Gauruv Sood y Shanto Iyengar, se interesaron por la cuestión. ¿A qué obedecía semejante brecha social? Su hipótesis de partida era la siguiente: conforme la conectividad a Internet se popularizaba condado a condado, estado a estado, sus gentes se habían polarizado. Una paradoja por aquel entonces de creciente interés para la investigación académica y el debate público. Más conectados que nunca, sí, pero también más separados.

Para averiguar si estaban en lo cierto acudieron al conocimiento demoscópico y a una década crucial, la de los 2000, en el desarrollo e implantación de la banda ancha.

 El estudio se valió de los datos de filiación partidista obtenidos a través de diversas encuestas tanto en 2004 y 2008, dos años electorales entre los que el acceso a la red se hizo mayoritario en todo el país. Aquellos sondeos pedían a los participantes valorar su nivel de proximidad con uno de los dos candidatos (Bush vs. Kerry en 2004; Obama vs. McCain en 2008). Tales encuestas, centradas en aspectos como la «confianza» o si el candidato comparte «los valores» del votante, son útiles para entrever la distancia ideológica con el candidato adverso.

De forma paralela, el trabajo acudió a los datos ofrecidos por los proveedores de fibra en todo el país. Entre 2004 y 2008 el número de operadores aumentó hasta en un 64%, facilitando el acceso a la banda ancha de una significativa porción de los votantes. A través de estos, los investigadores pudieron observar si la llegada de una conexión más rápida y menos costosa, y por lo tanto de mayor uso, beneficiaba a los medios de comunicación más radicalizados a uno y otro lado del espectro político.

Los resultados son fascinantes. En agregado, el estudio calcula que la llegada de la banda ancha aumentó en 2 puntos la polarización estado a estado. En aquellos condados con el menor número de proveedores de banda ancha, limitados a fuentes de información tradicionales o a un Internet aún hipotecado a la lentitud de la conexión telefónica, el grado de polarización, de simpatía o antipatía hacia el opuesto político, era hasta 4 puntos menos. Internet estaba radicalizando al país.

Los autores aclaran que no juzgan la popularización de la banda ancha como el principal motivo de polarización en Estados Unidos. Las causas son múltiples y transversales a otros países. En muchos casos tienen un sustrato económico: al tiempo que nuestras opiniones se radicalizaban también lo hacía la economía, segregando en función del nivel formativo y adjudicando trabajos más o menos cualificados en el camino. En Estados Unidos en particular la polarización también tiene un alto componente espacial, geográfico, fruto de sus particularidades demográficas.

Pero es innegable que Internet ha contribuido, y que su llegada ha marcado un antes y un después tanto en la comunicación política como en su consumo. La fragmentación mediática nos ha recluido en espacios de socialización donde la disidencia cada vez es menor.

Es lo que muchos analistas han calificado como un repliegue «tribalista»: en las redes, tendemos a relacionarnos únicamente con personas que opinan como nosotros, desdibujando a la figura del otro. Una pérdida de la empatía que nos desincentiva a comprender al bando contrario.

Polarización afectiva

La polarización afectiva es un concepto específico que describe el proceso de crecimiento constante del disgusto mutuo entre los republicanos y los demócratas desde la década de 60 hasta la actualidad, y que va más allá de la contienda electoral. A lo largo del tiempo esa tensión se midió con encuestas que estudiaron, entre otras cuestiones, la predisposición a casarse con parejas del partido opuesto o el grado de infelicidad que produciría que los hijos lo hicieran. Por ejemplo, en 1960 menos del 5% de los entrevistados contestó que sería infeliz si sus hijos se casaran con alguien del partido opuesto. Hoy en EE.UU. esa cifra supera el 30%. Un estudio titulado “Origen y consecuencias de la polarización afectiva en los Estados Unidos” sostiene que la polarización afectiva es la condición por la cual se construye una identidad social a partir de la aversión que se siente por el partido opuesto. Es decir, las personas empiezan a querer ser -y terminan siendo- lo opuesto a los valores e ideas de un partido o de un líder a los cuales rechazan emocionalmente. En otras palabras, las ideas del otro partido, lo que dicen, lo que hacen y la forma en que actúan sus líderes les produce tanta hostilidad que buscan diferenciarse de ellos al extremo. Se trata de una construcción de identidad similar a la que hacen algunos adolescentes cuando todo su comportamiento está determinado por el deseo de ser lo opuesto a su padres.

 

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