Cristianismo, neocapitalismo e inmigración

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No nos cabe duda de que hay una guerra de los poderosos contra los débiles[1]. Una autentica «cultura de muerte» que está matando a millones de inocentes por hambre, guerra, explotación, aborto o eutanasia.

 

En efecto, si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas la responsabilidad objetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera « cultura de muerte ». Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de « conjura contra la vida », que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados. (San Juan Pablo II. EV,12)

   

         Uno de los escenarios de esa guerra de los poderosos contra los débiles es la opinión pública que importantes sectores de cristianos, entre otros, están generando contra los inmigrantes empobrecidos.

El neocapitalismo global tiene declarada la guerra a la Iglesia Católica porque es la única institución a plano internacional que le está haciendo frente de forma radical, es decir, desde los postulados más profundos de la filosofía neoliberal hasta las formas políticas y culturales más cotidianas con que el capital quiere  gobernar a los pueblos.

Esta guerra entre el neocapitalismo y la Iglesia es a muerte[2] y no se anda con contemplaciones. De hecho el número de mártires cristianos por la fe y la justicia no deja de crecer cada año. La oposición entre capitalismo y cristianismo es total.

 

                Después de las experiencias de los regímenes totalitarios, del modo brutal en que han pisoteado a los hombres, humillado, avasallado, golpeado a los débiles, comprendemos también de nuevo a los que tienen hambre y sed de justicia; redescubrimos el alma de los afligidos y su derecho a ser consolados. Ante el abuso del poder económico, de las crueldades del capitalismo que degrada al hombre a la categoría de mercancía, hemos comenzado a comprender mejor el peligro que supone la riqueza y entendemos de manera nueva lo que Jesús quería decir al prevenirnos ante ella, ante el dios Mammon que destruye al hombre, estrangulando despiadadamente con sus manos a una gran parte del mundo.                                                                        

Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 127

 

En muchas zonas del mundo donde el ser humano está siendo literalmente masacrado por un sistema económico-político salvaje, trágicamente solo los cristianos son esperanza porque son los únicos que no han abandonado. Dando su vida gratuitamente, trabajan por la promoción la justicia y la solidaridad. Sin embargo, todos los humanismos ateos del siglo XIX y XX han caído y han sido integrados en el actual modelo neocapitalista bajo variadas denominaciones. Marxistas, neo-marxistas, anarquistas, socialdemócratas,… han sido barridos y subsumidos en una constelación de movimientos «alternativos» que conforman una aparente disidencia al capital con la función de  encuadrar y asimilar de manera inocua toda la indignación y la rebeldía que produce este sistema neoliberal que precariza, mata de hambre y de contaminación…

 

Estos movimientos, ya algunos constituidos en partidos políticos, parten de un deseo humano de justicia pero asumen una antropología netamente materialista que les convierte en instrumentos fundamentales del imperialismo neoliberal sirviendo con ello a la instrumentalización y manipulación de millones de buenas voluntades. Con la absolutización del «derecho a decidir» se ha abierto la espita a una proliferación de «nuevos y falsos derechos» que lo que han conseguido es debilitar y diluir los auténticos derechos humanos personales y sociales. El aborto, la eutanasia, el transhumanismo,  la manipulación de embriones, las leyes totalitarias LGTB son la manifestación más evidente de que están al servicio de los Bill Gates, Rockefeller, Ford, ONU, Soros,  Amazon, Uber, W. Buffet, Bildelberg, G7,… es decir, del puro y duro neocapitalismo del siglo XXI que no deja de financiarlos y potenciarlos por todo el planeta. Estructuras como The Global Compact y los Objetivos de Desarrollo Sostenible  demuestran esta integración[3] institucional entre las empresas globales, organismos trasnacionales y la llamada sociedad civil[4]. Trágicamente muchas organizaciones católicas están activamente colaborando con estas estructuras de injusticia[5].

Una acción política que trabaje auténticamente por el Bien Común debe asumir con radicalidad la defensa de la vida y dignidad humanas desde la concepción hasta la muerte natural. La lucha contra el hambre y la explotación y la lucha contra el aborto deben ser unitarias. Todo dualismo es un servicio inestimable al imperialismo neocapitalista aunque no se sea consciente de ello.

 

Y en esta guerra de los poderosos contra los débiles, como en toda guerra, la primera víctima es la verdad. Muchos cristianos del Norte Global, están reaccionando contra los inmigrantes empobrecidos del Sur Global que llegan a las fronteras de la opulencia porque dicen (sus ideólogos y teólogos) que es una «invasión» planificada por el «Globalismo» para destruir la cultura cristiana de Europa y para destruir las estructuras políticas del estado-nación que todavía se resisten al globalismo transnacional. Como consecuencia, argumentan, no se pueden ni deben acoger a los inmigrantes empobrecidos que llegan. Esta actitud, a veces expresada con una escandalosa falta de compasión por el sufrimiento humano, silencia el núcleo duro de la cuestión migratoria y por tanto está sirviendo a la Mentira. Sobre esta base, en muchos países de Europa están surgiendo movimientos xenófobos ultranacionalistas y racistas en los que están participando trágicamente muchos cristianos.

 

Ante ello hay que poner la verdad encima de la mesa y decir que si los empobrecidos tienen que emigrar es porque el actual sistema político, económico y cultural que denominamos «neocapitalismo» se sustenta en una estructura de dominación y expolio que se ha fraguado durante los últimos 500 años. El colonialismo pasado y el neocolonialismo actual succionan recursos humanos y materiales de los países empobrecidos que permiten los altos niveles de vida  en el Norte Global. Niveles que no serían posibles sin esta economía de muerte. El bienestar del Norte es a costa de la muerte en el Sur.

 

Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. (49)

51. La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera « deuda ecológica », particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. (…) El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos.(50)

Papa Francisco. Laudato si´.

 

 

La verdad también nos descubre que los beneficiarios de este expolio  no son solo las élites y las empresas de los países enriquecidos, sino también sus ciudadanos «de a pie» que mediante la cultura del consumismo han sido convertidos en cómplices del neocapitalismo, mirando hacia otro lado y haciéndose los sordos ante los gritos de los pobres de la tierra.

 

…pues toda la estrategia de desarrollo socioeconómico de la sociedad europea y norteamericana se basa – y se basó desde el comienzo- en el principio del desarrollo a expensas de otros. En este sentido, externalización significa explotación de recursos ajenos, transferencia de los costes a personas ajenas, acaparamiento de las ganancias en el interior, fomento del ascenso propio a base de obstaculizar (incluso llegando a impedir) el progreso de otros. (…) Sin duda la externalización designa aquella lógica con la que funciona el sistema capitalista mundial, pero es ejercida por agentes sociales que existen realmente. Y quienes la ejercen no son únicamente grandes consorcios y gobernantes, ni son solo las élites económicas y políticos poderosos. Sino que también es ejercida con la aprobación tácita y la participación activa de amplias mayorías sociales.

Stephan Lessencich. La sociedad de la externalización. p.27

 

 

Los partidos políticos, los sindicatos, las ONGs, la sociedad civil  del Norte Global han silenciado sistemáticamente la voz de los pobres. Las clases medias y la aristocracia obrera y en general toda la sociedad opulenta, ahora atacadas por la precarización,  han aceptado que su bienestar consumista sea fruto del expolio a los países empobrecidos. Esto viene funcionando así y de manera acelerada desde la Revolución industrial y el Imperio británico. Es un hecho científico e histórico sobradamente demostrado.[6]

Estaba ayer en el East End y asistí a una reunión de parados. Escuché fuertes discusiones. No se oía más que un grito: «pan, pan». Cuando regresé a mi casa me sentí todavía más convencido de la importancia del imperialismo (…). Para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una mortífera guerra civil, nosotros, los colonizadores, debemos conquistar nuevas tierras para instalar en ellas el excedente de nuestra población y encontrar nuevas salidas a los productos de nuestras fábricas.

 

Sir Cecil Rhodes. Carta al periodista Stead. 1895.

 

Para sostener este imperialismo se han fabricado múltiples mentiras con las que se ha intoxicado a la opinión pública mundial. El mito de la superpoblación[7] es una gran mentira fabricada por el capitalismo desde sus orígenes para que se crea que el hambre existe porque nacen muchos pobres o que el cambio climático lo produce el exceso de población.  Jean-Baptiste Say, un padre del pensamiento capitalista, escribirá en su “Tratado de economía política” que el trabajador idóneo es el soltero, puesto que no necesita mantener una familia; y que, para conseguir que los salarios bajen, hay que conseguir que una mayoría de trabajadores sean solteros.

 

 

Ni el hambre ni el cambio climático lo produce el exceso de población, porque tal exceso no existe. Son los niveles de consumo de las sociedades enriquecidas los que causan el hambre y la degradación medioambiental. El objetivo de esta mentira es implantar el aborto y la anticoncepción como formas de control de población de los ricos sobre los pobres[8]. Si un niño europeo o norteamericano consume 50 veces más que un niño africano, la solución no es eliminar niños africanos. Tampoco eliminar niños europeos. La solución es la justicia social.[9]

Por otro lado, todos los estudios reconocen que debido al invierno demográfico, si Europa quiere mantener su nivel de vida necesitará un flujo de millones de inmigrantes, entre 50 y 200 millones,  que trabajen duramente y sin derechos laborales y sociales. Europa no quiere tener niños y quiere vivir bien. Pues entonces  necesita inmigrantes esclavos, robots y policías de fronteras. También necesitará una buena ley de eutanasia que limpie el escenario de enfermos, depresivos, adictos y viejos inútiles. Todo muy cristiano.

Es verdad que la inmigración exige una regulación. Pero una regulación que parta de la justicia y la solidaridad. Todo fenómeno humano necesita una regulación política por definición pero la «regulación» que se propone es un eufemismo para ocultar  el cierre selectivo de fronteras que permita que entren los esclavos necesarios para cuidar a nuestros viejos antes de «eutanasiarlos», tener sexo barato o para trabajar en los invernaderos en condiciones inhumanas. Si por el camino los pobres son esclavizados, violados, secuestrados o torturados en campos de concentración financiados por la UE; o simplemente se ahogan en el mar o mueren en el desierto eso ni se menciona no vaya a ser que nos dejemos llevar por un «emotivismo toxico» que nos separe de la diosa Razón (instrumental o teológica). Y al mismo tiempo el cinismo europeo y su  falso cristianismo aceptan silenciosamente y  con fruición  los millones de turistas que hacen de España un puticlub; los inmigrantes ricos que compran la nacionalidad a cambio de inversiones inmobiliarias o los mafiosos que blanquean su dinero en la Costa de Sol,… demostrando que lo que  molesta en realidad al xenófobo (popular o intelectual) es el empobrecido.

 

Por otro lado, el «globalismo» que muchos satisfechos ateos o cristianos condenan permite que ningún europeo tenga problemas de visado para viajar a cualquier país del mundo y sobre todo permite la libre circulación de capitales tan necesaria para que la economía  de mercado «funcione». Economía neoliberal que todos los partidos anti-inmigración aceptan.

 

Es posible que el neocapitalismo global utilice a los inmigrantes empobrecidos como «munición demográfica» contra la cultura cristiana de Europa pero habría que decir ante ello que los inmigrantes empobrecidos son por ello aún más víctimas, doblemente víctimas, y no verdugos. Y nuestro deber como cristianos y como ciudadanos es acogerlos y luchar contra las causas de estas injusticias. Tachar de entrada a los inmigrantes como invasión demográfica, delictiva y anticristiana es sembrar odio para que no brote la solidaridad que debiéramos tener y la caridad política por el Bien Común que debiéramos todos promover.

Hacer autocrítica es imprescindible. Lo que más ha destruido al cristianismo en Europa ha sido la complicidad ideológica, política, económica y cultural de la mayoría de los cristianos del Norte Global con el capitalismo durante todo el siglo XX haciendo caso omiso de la Doctrina Social de la Iglesia que es la expresión orgánica y actual de toda la dimensión social de la fe y la tradición cristiana. El cristianismo burgués ha querido hacer compatible a Dios y al Dinero y esto le ha hecho que pierda su esencia más genuina.

 

La secularización europea  y sus trágicas consecuencias demográficas y culturales tiene más que ver con la revolución burguesa que con la presunta invasión de los inmigrantes empobrecidos. Un cristianismo de encarnación en los empobrecidos, de conversión a  Jesús de Nazaret y radicalmente fiel a la Iglesia no tiene que tener miedo a nadie ni a nada. Todo lo contrario, es una fuerza de cohesión social y solidaridad que desde los que más sufren puede trabajar por el Bien Común.

Carlos Llarandi Arroyo

Profesionales por el Bien Común

[1] Entendemos por capitalismo cualquier régimen político y social en la que el capital (dinero, tecnología, bienes materiales) esté por encima del trabajo. Desde este punto de vista el comunismo chino, el antiguo comunismo soviético es tan capitalista como los EEUU o la UE. Por el contrario defendemos la prioridad del trabajo sobre el capital ya que el trabajo siempre representa a la persona que lo hace. Cf. http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens.html

[2] Apocalipsis,13

[3] https://solidaridad.net/mecanismos-de-funcionamiento-de-una-estructura-de-pecado/

[4]  El concepto de sociedad civil tiene en este contexto un sentido negativo ya que nos referimos al conjunto de sociedades intermedias que representan los instrumentos de influencia social del poder económico hegemónico. (Gramsci). Un ejemplo de ello sería la constelación de fundaciones surgidas a la sombra del poder económico y político. La auténtica sociedad civil serían las asociaciones que el pueblo pone en marcha para la gestión del Bien Común. Asociaciones de vecinos, de padres, etc

[5] https://www.unglobalcompact.org/

[6] https://profesionalesporelbiencomun.com/la-sociedad-de-la-externalizacion/#.XWN6VeMzaG4

[7] Superpoblación no significa crecimiento demográfico. Recomendamos el magnífico estudio de Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI para comprender la realidad de la relación entre crecimiento económico y crecimiento demográfico.

[8] https://profesionalesporelbiencomun.com/capitalismo-y-derechos-de-bragueta/#.XWOvleMzaG4

[9] En el año 2012 la renta per cápita mundial era 760 euros/mes. La UE 2040 euros/mes. EEUU /Cánada 3050 euros/mes.  América latina 780 euros/ mes. África subsahariana 150 euros/mes. China 580 euros/mes. India 240 euros/mes.  Estas cifras nos sirven para evaluar las desigualdades mundiales así como las desigualdades dentro de cada país. Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI. Fondo de Cultura Económica. Madrid. 2014. p. 78

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