Nueva Eugenesia liberal y selección de embriones

«La eugenesia liberal se implica en dos tipos de acciones, una negativa, para eliminar vidas humanas de “mala calidad” genética, promoviendo su eliminación durante la etapa embrionario-fetal, y otra positiva, que busca alterar la condición natural y fomenta un “mejoramiento” de las capacidades naturales de los seres humanos o la adquisición de otras nuevas (belleza, inteligencia, fortaleza, longevidad, etc.). «
Nueva Eugenesia liberal y selección de embriones
por Nicolás Jouve de la Barreda
30 de enero de 2025

De la eugenesia social a una nueva eugenesia
Eugenesia, del griego eugoniké, significa buen origen o bien nacido. Se trata de encauzar la reproducción humana para conseguir una descendencia genéticamente mejor, exenta de factores genéticos negativos o favorecer otros considerados superiores.
El Glosario de Genética y Citogenética deRieger y otros autores dice que la eugenesia es «el compendio de prácticas que bajo un control social tratan de mejorar las cualidades, tanto físicas como intelectuales, de las futuras generaciones humanas»[1]. Estas prácticas lo que pretenden es mejorar el acervo genético de las generaciones venideras, para lo cual se trata de llevar a cabo acciones tanto restrictivas o negativas, como preventivas o positivas para evitar fenotipos indeseados o fomentar lo que se considere mejor.
Históricamente, la eugenesia ha seguido dos etapas. Una a principios del siglo XX, llamada “eugenesia social”, y otra que vivimos en el momento presente, la “neoeugenesia” o “eugenesia liberal”. Veamos pues de dónde venimos y qué está ocurriendo ahora en relación con este controvertido tema.
A principios del siglo XX, recién descubiertas las leyes de la herencia del monje agustino Gregor Mendel (1822-1884) y en pleno auge de la teoría de la “selección natural” del naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882), se promovió la idea de ejercer una “selección artificial” para el mejoramiento y evolución de las poblaciones humanas. Esta corriente, denominada “eugenesia social”, fue la fuente de las ideas racistas y eugenésicas de totalitaristas y nazis que tanto daño hicieron en muchos países. Esta eugenesia autoritaria, clasista y antisocial se basaba en el poder del Estado o la autoridad que fuese, para emitir leyes y promulgar normas que dirigiesen desde el permiso para contraer matrimonio y tener descendientes, o regular la emigración, hasta la esterilización forzosa, con el fin de depurar las poblaciones y producir ciudadanos que se ajustaran a un modelo determinado.
Entre los promotores de aquella corriente social hubo filósofos, politólogos y hasta científicos de relevancia, como el naturalista alemán Ernst Haeckel (1834-1919), que vio en la teoría de la selección natural de Darwin un método a imitar para mejorar la raza humana. También el biólogo Thomas Huxley (1825-1895), ardiente seguidor de la obra de Darwin y autor entre otras obras de un ensayo titulado El Lugar del Hombre en la Naturaleza. que llegó a afirmar que: «ningún hombre racional, conocedor de los hechos, cree que el negro es igual, y mucho menos superior al hombre blanco medio»[2].
Sin duda el más ferviente impulsor de las ideas eugenésicas fue el polifacético antropólogo y psicólogo inglés Francis Galton (1822-1911), primo de Charles Darwin y, al igual que Haeckel y Huxley, un gran admirador de su obra. Galton en uno de sus numerosos escritos decía que: «Lo que la naturaleza hace a ciegas, lentamente y de manera ruda, el hombre lo puede realizar con un objetivo, rápida y delicadamente. Desde el momento en que tiene poder para ello, ese fin se convierte en obligación, así como es deber suyo socorrer al prójimo que sufre. La mejora de nuestro acervo me parece una de las más elevadas metas que podemos alcanzar»[3].
Se podrían citar más defensores de aquella corriente ideológica, que lamentablemente se extendió por muchos países y llegó a ser causa de una presión inadmisible sobre personas con desviaciones de la mente o conductas antisociales, u otras alteraciones supuestamente debidas a los genes. La semilla estaba sembrada y el error se extendió.
Realmente, el “eugenismo” del siglo pasado constituyó más una corriente de pensamiento o una filosofía social, dados sus errores de carácter científico, además de su carencia de ética:
- No hay determinismo genético en muchos de los caracteres no deseados, de escaso o nulo carácter hereditario y debidos a una manifiesta influencia social o educativa.
- La pretensión de erradicar los genes causantes de muchas de las enfermedades hereditarias nunca habría de lograrse. Lejos de su eliminación por medio de un control de la reproducción, mantienen su presencia enmascarada en portadores heterocigóticos o simplemente reaparecen por mutaciones espontáneas.
- ¿Cómo definir un patrón genético deseado?, ¿qué debe entenderse por mejor o peor? o ¿qué se considera deterioro genético? Los criterios para considerar la bondad o maldad de los genes son extraordinariamente subjetivos y arbitrarios
Tras los episodios de la segunda guerra mundial, especialmente en la Alemania de Hitler, que supusieron la explosión de las ideas eugenésicas, racistas y nazis en muchos países, se produjo el juicio de Núremberg y comenzó una nueva etapa caracterizada por el respeto a la vida e igualdad de todos los hombres, que termino cristalizando en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución el 10 de diciembre de 1948 en París.
El Art. 3º de esta Declaración señala que: «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona», y el Art. 16º, dice que: «Los hombres y mujeres de todas las edades, sin ninguna limitación de raza, nacionalidad o religión, tienen el derecho a contraer matrimonio y constituir una familia […]. La familia es la unidad fundamental natural de la sociedad y su protección debe ser garantizada por la sociedad y el Estado».
A pesar de estas buenas intenciones, la eugenesia ha permanecido larvada en la mente de personas influyentes y ha emergido a principio del siglo XXI con nuevas fórmulas. Antes de referirnos a esta neo-eugenesia que incide en ejercer acciones sobre la herencia genética transmitida de padres a hijos, es necesario tener en claro dos ideas fundamentales. Por un lado, debemos tener clara una idea de carácter antropológico sobre el valor especial de los seres humano, la “dignidad”, y por otro, hay que conocer con datos científicos objetivos quien es un ser humano, o si se prefiere cuando estamos ante una vida humana. Además, para juzgar adecuadamente la manipulación de la descendencia que propone la nueva eugenesia es necesario que veamos la tecnología de la “fecundación in vitro”, fuente de los embriones humanos en los que ha puesto su diana la “nueva eugenesia” o “eugenesia liberal”. Un análisis adecuado de las nuevas prácticas eugenésicas requiere un enfoque desde la perspectiva de una bioética personalista, que tiene en cuenta el valor especial y la dignidad de la vida humana.
La dignidad humana
Para juzgar sobre las acciones qué se pueden o no hacer en relación con los seres humanos es fundamental considerar el valor especial de las personas en todas las etapas de su vida. Debemos tener en cuenta que desde las perspectivas del derecho y de la filosofía decimos que un ser humano es un sujeto de derecho y supuesto inteligente, respectivamente, por cuyas cualidades merece un trato diferente al resto de las criaturas de la naturaleza.

Lo más básico a reconocer del ser humano es su condición de ser racional, poseedor de una capacidad cognitiva única en la naturaleza, que le permite crecer y acumular conocimiento, lo que justifica la denominación de Homo sapiens. Tal cualidad podrá no estar presente al principio o en determinados momentos a lo largo de la vida, pero no por ello un individuo humano deja de serlo. Basta con que exista tal potencialidad para atribuirle la condición de ser humano. En este sentido se han pronunciado entre otros el físico y filósofo suizo director del Center for Quantum Philosophy in Zurich. Antoine Suárez[4], con quien coincidimos al afirmar que el desarrollo significa tránsito de la posibilidad a la realidad, de la potencia al acto, y que mediante el desarrollo lo posible se transforma, pero la realidad es la misma desde el primer instante.
Tradicionalmente se reconocen en todo ser humano dos realidades inseparables, el cuerpo y el alma, y en este sentido se define la persona como “sustancia individual de naturaleza racional”. Emmanuel Kant (1724-1804) señaló que los seres humanos tienen “dignidad”, por la conciencia de sí mismos, por vivir su vida de forma personal, por el carácter irrepetible y único. De acuerdo con el gran filósofo francés cada persona es un fin en sí mismo, es alguien no algo, tiene derecho a vivir su vida de forma personal y no se debe emplear como un medio contra su libertad. Afirmó además que una persona no tiene precio, no es un objeto, una cosa, sino que tiene valor en sí mismo. Por ello afirmó: «actúa de tal manera que consideres la persona del otro como un fin y nunca sólo como un medio»[5]
En consecuencia, es fundamental tener claro que desde la perspectiva moral nadie puede arrogarse la atribución de decidir sobre el futuro de otros seres humanos.
La transgresión de estos principios son la causa de los más graves episodios políticos y sociales que han agredido a la humanidad.
Cuándo estamos en presencia de una vida humana
Dado que las acciones de la eugenesia se refieren a la capacidad de influir en la reproducción humana y en la herencia genética transmitida de padres a hijos, es preciso conocer el ciclo biológico humano, con independencia de si el inicio tiene lugar de forma natural o mediante las técnicas de reproducción humana asistida, como la fecundación in vitro.
La nueva eugenesia o eugenesia liberal trata de aprovechar las nuevas tecnologías que permiten manipular los embriones producidos en el laboratorio. mediante su aceptación o eliminación de acuerdo con sus caracteres genéticos, que hoy, hasta cierto punto, se puedan predecir o diagnosticar. Las tecnologías de análisis del ADN o del genoma de los embriones y de la vida humana fetal, han puesto a disposición de los médicos y las padres capacidades nunca antes existentes. La selección o eliminación de embriones, el aborto, e incluso el infanticidio, son consecuencia de las técnicas que permiten predecir tales anomalías incluso antes de que se manifiesten, aunque su utilización le dé la espalda al valor inalienable de la vida humana y su dignidad. En esta dirección, parece imponerse un sentido utilitarista favoreciendo solo la vida humana que muestre una determinada “calidad genética” en función de la belleza física, la potencia muscular, la inteligencia u otros factores deseados. Incluso yendo más allá, ahí están las propuestas de una eugenesia ultra-liberal de los transhumanistas, sobre las que más adelante trataremos.
¿Cuándo empieza la vida?, o ¿desde cuándo estamos en presencia de una vida humana? es una pregunta fundamental para resolver cualquier duda ética y para fundamentar las leyes que deben protegerla. Una pregunta que debe basarse en conocimientos científicos y no en conjeturas o valoraciones de carácter utilitarista. Este conocimiento es la base del estatuto biológico del embrión, en que debe basarse el estatuto ontológico y finalmente el jurídico –y solo en este orden-, para el establecimiento de las leyes de protección de los seres humanos en todo momento y a lo largo de todo su ciclo vital.
La fecundación in vitro, la investigación con embriones humanos (la clonación, la investigación con células madre, la transferencia nuclear, la formación de quimeras, etc.), el aborto, etc. han dado lugar a afirmaciones faltas de fundamento científico y, a veces descabelladas, sobre cuándo comienza la vida de cada ser humano y cuál es su valor y el significado en sus etapas más tempranas y vulnerables.
Las claves científicas (biológicas) para conocer cuando se inicia la vida de un ser humano las ofrecen la Genética, la Embriología y la Biología Celular, y están perfectamente establecidas.
Los gametos se originan en los aparatos reproductor masculino (testículo)) y femenino (ovario) donde unas células madre de los gametos van a generar los espermatozoides y óvulos, respectivamente. Para constituir los gametos se produce un proceso de gametogénesis, de modo que tras la meiosis de las células germinales se producen las células gaméticas que trasladarán la mitad de genes (21.000) y cromosomas (n = 23) a la nueva vida constituida tras su fusión. Es importante conocer que no habrá dos gametos iguales entre los formados por un mismo parental, debido a los mecanismos de la recombinación y reparto al azar de los cromosomas y genes de que es portador el parental a las células gaméticas. De esta manera, de los dos alelos de cada gen y de los dos cromosomas de cada par solo se trasmite uno, y lo hace tras el sobrecruzamiento y el reparto aleatorio de las regiones cromosómicas a cada gameto.
El encuentro de un espermatozoide (n = 23) con un óvulo (n = 23) supone la formación de una célula llamada “cigoto” en la que se restaura el número de cromosomas propio de los seres humanos (2n = 46), habiendo participado genéticamente ambos parentales al 50% en una combinación genética nueva, distinta a la de cada parental. De ahí el concepto de “identidad genética”. El ADN del cigoto suma de los ADN de cada gameto constituye una combinación inédita y singular, que va a caracterizar cómo va a ser la vida recién constituida, el ADN del cigoto es el DNI de la nueva vida.

El encuentro de los dos gametos, constituye el proceso llamado “fecundación”, que, en la especie humana, tiene lugar, de forma natural en las trompas de Falopio, largos tubos que conectan las gónadas reproductoras femeninas u ovarios con la parte alta del útero y que se encuentran en el espacio pélvico-visceral de la mujer.
En los 46 cromosomas se encuentran los 21.000 pares de genes mezcla procedente de cada parental (cada genoma aporta una cantidad de 3.175 millones de pares de bases de ADN). El óvulo aporta además una pequeña cantidad de ADN al citoplasma del cigoto (16.569 pb. del ADN mitocondrial portador de unos 37 genes de herencia exclusivamente materna).
Por tanto, el “cigoto” es el auténtico big-bang de la vida de un nuevo ser humano. Es la primera realidad corporal de un ser humano. El Dr. Ángelo Serra, en un artículo sobre la dignidad del embrión y el inicio de la vida dice con toda propiedad que: «el cigoto es el punto exacto en el espacio y en el tiempo en que un ‘individuo humano’ inicia su propio ciclo vital»[6].
Terminada la fecundación, ha comenzado la existencia de una nueva vida humana. En el cigoto se cumplen todas las condiciones necesarias y suficientes para edificar esa nueva vida, de forma autónoma, con todo el potencial para el que está genéticamente equipado. El cigoto, tiene tres peculiaridades: es “genuinamente humano” (ADN humano), tiene una “identidad genética” propia y singular, y es “totipotente”. El desarrollo desde la fecundación se debe a un proceso de divisiones celulares precedidas de una replicación de la información contenida en el ADN. De este modo, nuestras células conservan a lo largo de la vida el mensaje del genoma individual constituido en el cigoto, que es, además, el centro organizador y coordinador del desarrollo.
Jérôme Lejeune (1926-1994), médico y genetista francés que descubrió la causa del síndrome de Down, decía que: «La genética moderna se resume en un credo elemental que es éste: «en el principio hay un mensaje, este mensaje está en la vida y este mensaje es la vida … sabemos con certeza que toda la información que definirá a un individuo… está escrita en la primera célula»[7].
Por ello decimos que la “identidad genética” es la propiedad más importante de cada ser humano. Todo lo que somos biológicamente estaba escrito en el ADN recibido de nuestros padres. Terminada la fecundación y formado el cigoto comienza inmediatamente el desarrollo embrionario, que tiene lugar de forma regular y coordinada en espacio y tiempo prácticamente desde la primera división celular del cigoto. Una explicación y descripción más completa sobre el desarrollo embrionario puede seguirse en el capítulo dedicado a la edificación de un ser humano en el libro del autor El mensaje de la vida. Credo de un genetista[8].
Como veremos a continuación, hoy se pueden producir embriones humanos de forma extracorpórea, por fecundación in vitro. Los embriones así producidos, mediante la fusión de un ovulo y un espermatozoide sobre un soporte artificial o mediante microinyección en el laboratorio no son objetos, ni diferentes en su naturaleza a los constituidos de forma natural in vivo. La vida humana no depende de la artificialidad o naturalidad de su constitución.
El disponer de un tiempo antes de la implantación en el útero de estos embriones hace posible el estudio de su ADN, y por tanto de sus potenciales características biológicas, mediante nuevas tecnologías. Una invitación a su aceptación o rechazo, antes de que se manifiesten (eugenesia liberal).
Sin embargo, hay que tener claro que, tras la formación del cigoto, sea oculto en una fecundación natural o a la vista en el laboratorio, estamos ante un ente que debe considerarse igualmente humano. Tras la constitución del cigoto empieza la etapa embrionaria que determina el desarrollo temprano durante 8 semanas. Después, sigue la etapa fetal, a partir de la novena semana hasta la 39, o cuando tenga lugar el parto.
Desde estos conocimientos es obvio que la vida humana es igualmente digna y tiene el mismo valor desde la concepción hasta la muerte, pues el “factor temporal” que distingue al embrión del feto y a este del adulto no influye en su condición de vida humana, la misma de principio a fin. Por todo ello debe exigirse el mismo nivel de respeto y protección de la vida humana en todas las etapas de su ciclo biológico.
De la fecundación in vitro a la nueva eugenesia
La fecundación in vitro se dio a conocer el 25 de julio de 1978, con la intervención de los Dres. Robert Edwards (1925-2013) y Patrick Steptoe (1913-1988) en el Reino Unido, que lograron el nacimiento de la niña Louise Joy Brown, hecho que tuvo lugar rodeado de una intensa polémica. En octubre de 2010 la Academia Karolinska de Estocolmo hizo público la concesión del Premio Nobel de Fisiología o Medicina, al fisiólogo Robert Edwards
El 12 de julio de 1984 nació en España la primera “niña probeta”, Victoria Anna, en el Instituto Dexeus de Barcelona.
La FIVET (fecundación in vitro y transferencia de embriones) está hoy implantada en todo el mundo. La Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología (ESHRE) estima que en 2023 habían nacido más de 12.000.000 de niños en el mundo por esta tecnología, y que para el año 2100, se alcanzarán los 400 millones, lo que representará alrededor del 3% de la población mundial.
Los óvulos son recolectados directamente de las trompas de Falopio de los órganos reproductores femeninos de la madre o la donante (caso de la FIV meteoróloga), tras llevar a cabo una estimulación ovárica, que consiste en un tratamiento hormonal a nivel folicular. Con este tratamiento se provoca una ovulación sincrónica que induce la liberación de uno o más óvulos maduros. Estos se extraen de la trompa por aspiración por medio de una punción controlada por ecografía, siempre molesta y no absolutamente libre de peligros. Después, se utilizarán directamente o se almacenarán en congelación hasta su utilización.
Normalmente, se obtienen entre 4 y 10 óvulos por cada ciclo de ovulación, que se utilizarán para la obtención del mayor número posible de embriones.
Las dos modalidades más extendidas son la fecundación inducida o convencional (fusión de los gametos sobre un medio) y la microinyección intracitoplásmica o ICSI (inyección de un único espermatozoide en un óvulo). Tras obtener los embriones, estos en estado temprano de desarrollo son implantados artificialmente en el útero materno, o son congelados para su utilización posterior.
Con el transcurso del tiempo se ha ido imponiendo la ICSI, especialmente si se desea hacer un “diagnóstico genético preimplantatorio” para evitar las posibles adherencias de información de más de un espermatozoide en la superficie del óvulo
España, Rusia y Francia, son los países en que más se ha desarrollado la fecundación in vitro en el ámbito europeo y en los que se dan las mejores tasas de efectividad. Según datos divulgados en el Congreso de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), en 2022 había cerca de 300 centros de reproducción humana asistida en España, de ellos el 70% en la sanidad privada y el 30% en la pública. Independientemente de la modalidad, el techo del éxito de esta tecnología no llega al 30%, siendo algo superior cuando se utiliza la ICSI. En 2018 se iniciaron 180.000 procesos de fecundación in vitro. En el 16% se llevó a cabo FIV convencional y el 84% restante ICSI. A la vista de estos datos se puede deducir el gran negocio que supone la fecundación in vitro para este sector tan peculiar de la salud humana. Un gran negocio que trasciende la infertilidad y convierte a los niños en un objeto comercial.
Como consecuencia de las exigencias del éxito deseado, lo habitual es generar un número de embriones muy superior a los que finalmente se implantarán. Esta exigencia tecnológica condiciona todo el proceso, desde la disponibilidad del mayor número de óvulos posible, el número de los embriones que se implantarán o se congelarán, el de los que se dejará que continúen el desarrollo tras la implantación, etc. Al margen de la baja tasa de éxito, la fecundación in vitro conlleva una serie de consecuencias de carácter médico y bioético. Los hay que pueden afectar a la salud de la madre biológica, la que aporta los óvulos tras un proceso farmacológico de estimulación ovárica que puede tener consecuencias para la salud, y también a los niños que nacen por este procedimiento tras un proceso de desarrollo embrionario en condiciones de artificialidad.
La congelación es un recurso de circunstancia, que no garantiza el destino final de los embriones y pone en riesgo su viabilidad. El mero hecho de la conservación es un gesto de reconocimiento del valor que se les reconoce, por tratarse de vidas humanas que deben conservarse. Sin embargo, la crioconservación no soluciona el problema de qué hacer con ellos, solo retrasa una decisión sobre su destino final, que en la mayoría de los casos no será la implantación, única opción que respeta su condición de vidas humanas.
La congelación se lleva a cabo en nitrógeno líquido y de forma lenta hasta alcanzar –196ºC, en un medio fisiológico que permite sustituir el agua intracelular por un crioprotector. El proceso de congelación y la descongelación posterior pone en riesgo la viabilidad de muchos de los embriones cuya probabilidad de supervivencia se ve reducida. Es evidente que la gran mayoría de estos embriones nunca proseguirán su ciclo vital y terminarán extinguiéndose. El tiempo juega en contra de la viabilidad de estos embriones, aunque, en buenas condiciones pueden llegar a sobrevivir muchos años.
En los países en que como en España, se admite la congelación de los embriones, estos se van acumulando en los tanques de nitrógeno líquido de los biobancos sin garantías de su rescate y la continuidad del ciclo biológico que les es éticamente debido.

Es difícil conocer la cifra real de embriones congelados y mantenidos en los biobancos en España, pues muchos centros, a pesar de la obligación de hacerlo, no registran o no comunican los datos de su actividad. Según reseñas divulgadas en el congreso de la Sociedad Española de Fertilidad celebrada en Bilbao, en 2022 había unos 668.000 embriones congelados en España. De las diferentes opciones que plantea la Ley, menos del 5% (unos 33.000) habrían sido donados a otras parejas, casi el 17 % (unos 113.560) se destinaron a la investigación aun sin estar asignados a un proyecto concreto, el 18% (unos 120.240) fueron destinados a su destrucción de acuerdo con el deseo de sus padres y el resto o han sido abandonados o están pendientes de decisión sobre su futuro.
Pero, sobre todo el principal problema es el de la instrumentalización de los embriones. La selección de los embriones es en la practica un ejercicio de Eugenesia. La llamaremos liberal o neoeugenesia para diferenciarla de la eugenesia social.
Lo que ocurre es que el embrión procedente de fecundación in vitro se convierte en un objeto susceptible de análisis antes de su implantación artificial en el útero materno… y ahí está el interés de por habilitar técnicas que permitan predecir el futuro de los caracteres genéticos de que es portador… y en su caso aceptarlo o rechazarlo, que es lo que se pretende con la neoeugenesia.
La nueva eugenesia, neoeugenesia o eugenesia liberal
Aunque aún quedan rescoldos de la eugenesia social, por quienes anidan en su mente ideas racistas o de discriminación por razones genéticas, desde el desarrollo de las potentes tecnologías del diagnóstico genético se ha pasado a un nuevo modo de ejercer la eugenesia.
A diferencia de la eugenesia social cuyas acciones se ejercían especialmente sobre los parentales, la nueva eugenesia o eugenesia liberal se caracteriza por la neutralidad del Estado frente a la participación más o menos caprichosa de los padres sobre lo que desean sean sus hijos. La acción se lleva a cabo sobre estos mediante la selección de embriones, o también en la fase fetal, tras un diagnóstico del perfil genético de que son portadores. En sentido amplio, también entran en estas prácticas las acciones de mejoramiento y las nuevas tendencias transhumanistas (acciones negativas o positivas),
En palabras del filósofo y sociólogo alemán Jurge Habermas (n. 1929), representante de la Escuela de Frankfurt, la eugenesia liberal se define como “una praxis que deja al parecer de los padres las intervenciones en el genoma del óvulo humano fecundado”.
El conocimiento del genoma humano y la posibilidad de analizar las secuencias de los genes y observar los cromosomas ha cristalizado en una serie de técnicas de “diagnóstico genético pre-implantatorio” (DGP) y “diagnóstico genético prenatal” (DP). Estas técnicas han abierto la posibilidad de detectar posibles patologías en estas fases iniciales de la vida hasta hace poco inaccesibles a la observación visual o al análisis bioquímico o genético. Incluso, hay iniciativas que van más allá, y que promueven la manipulación de la información genética en la fase embrionaria con el fin de llevar a cabo acciones de terapia génica, lo que, de ser posible con una seguridad imposible de predecir, estaría bien, pero que ha dado lugar a corrientes utilitaristas y transhumanistas que pretenden un mejoramiento de la especie.

Como consecuencia de este tipo de análisis se ha abierto una vía hacia un control y eliminación de embriones o fetos considerados genéticamente “defectuosos”, antes de nacer.
El DGP se utiliza fundamentalmente para evitar la implantación de embriones portadores de genes alterados. Según datos de la Sociedad Española de Fertilidad, en 2018, en España se practicó en aproximadamente el 7% de ciclos generadores de embriones, especialmente los procedentes de ICSI.
Para el DGP, se utiliza el estado mórula, cuando el embrión tiene 8-16 células. A partir de ese momento el embrión se compacta y se hace inviable la separación de cualquier célula del resto. Cuando el embrión tiene menos de 8 células, la biopsia de una de ellas implica un riesgo demasiado grande para su viabilidad. El estudio del ADN o de los cromosomas de la muestra de los embriones permite seleccionarlos por diversas razones.
El DGP se está utilizando desde hace años para la detección de más de un centenar de patologías hereditarias debidas a sistemas mendelianos, simples o monogénicos, como la mayoría de los que producen errores congénitos del metabolismo u otras de fácil detección por PCR, como por ej.: atrofia muscular espinal, enfermedad de Huntington, cáncer de mama monogénico (genes BRCA1 y BRCA2), fibrosis quística, distrofia miótica de Steinert, síndrome Marfan, poliposis adenomatosa, ataxia espino cerebelosa, síndrome de Tay Sachs, polipolis cólica familiar, acondroplasia, neurofibromatosis, etc.
Las técnicas no permiten hacer un diagnóstico simultáneo de múltiples factores genéticos, aunque en los últimos años se ha avanzado en este tipo de análisis gracias a la aparición de secuenciadores de ADN de nueva generación y a la nueva tecnología de la “secuenciación masiva” que se está utilizando ya para estudiar el “exoma” (regiones génicas que se traducirán en las proteínas) de los bebés durante el embarazo.
También se pueden aplicar técnicas citogenéticas para detectar variaciones estructurales o numéricas cromosómicas. como las trisomías 21, 13 o 18, responsables de los síndromes de Down, Patau y Edwards, respectivamente, o las alteraciones de número de cromosomas sexuales, como XO, síndrome de Turner, XXY, síndrome de Klinefelter, u otras de mayor o menor trascendencia fenotípica,
El DGP supone la selección y/o eliminación de muchos embriones, que son vidas humanas en su etapa temprana de desarrollo. Es por tanto una técnica eugenésica que implica un auténtico encarnizamiento reproductivo.
Los centros en que se practica no facilitan datos cuantitativos sobre el grado de daño ejercido a los embriones, aunque en algunos se reconoce la posibilidad de errores en el diagnóstico y la existencia de un riesgo importante de destrucción de los embriones que se manipulan, lo que tiene una especial trascendencia ética por tratarse de vidas humanas.
Según datos de la ESHRE, los motivos por los que solicitó el DGP en una muestra amplia de clínicas de fecundación in vitro en Europa, son los siguientes: alteraciones cromosómicas (43 %), patologías ligadas al cromosoma X (19 %), patologías autosómicas recesivas (19 %), autosómicas dominantes (16 %), selección de sexo por motivos no terapéuticos (2 %), y otros (1 %).
Respecto a los resultados, según datos de la ESHRE, de 20.000 embriones en que se practicaron biopsias en el conjunto de los centros europeos, solo se implantaron en útero 2.400, de los cuales llegaron a término y nacieron 479 bebés, llegando a contabilizarse 2 errores diagnósticos. Según estos datos solo el 12% de los embriones procedentes de la fecundación in vitro y sometidos al diagnóstico genético preimplantatorio fueron implantados (poco más de uno de cada diez), y solo el 20% de los embriones transferidos tras una biopsia llegaron a término. Si nos fijamos en el número de niños nacidos respecto al total de embriones biopsiados la estadística es aún menos favorable, ya que solo el 2% de los embriones sometidos al DGP llegaron a término. Todo esto supone un auténtico encarnizamiento reproductivo, un holocausto de vidas humanas en estado embrionario, contrario a la ética y a la dignidad de la vida humana.
Las razones para no admitir este tipo de análisis son obvias, tanto de carácter técnico y ético:
- Se decide sobre el destino de los embriones, que son vidas humanas.
- Se toman decisiones en base a resultados inciertos dada la posibilidad de “falsos positivos” y “falsos negativos”, especialmente por motivo de las diferencias intercelulares en un mismo embrión por ocasionales fenómenos de “mosaicismo” intercelular o fallos en las pruebas analíticas.
- El diagnóstico no permite predecir el grado de manifestación futura de una patología debida a un gen alterado. Solo se informa sobre un error estructural, génico, cromosómico o morfológico, pero no sobre el grado de afectación de la patología. Existen variaciones en la “expresividad” o en la penetrancia de la alteración, que determinan cierta incertidumbre ante la decisión que se vaya a adoptar.
Las mismas técnicas y con las mismas objeciones bioéticas son extensibles al diagnóstico genético prenatal, es decir, durante la fase fetal. En este caso, hay diversas formas de llevarlo a cabo. Algunos métodos son invasores, como la toma de muestras por amniocentesis, o de las vellosidades coriónicas u otros tejidos fetales. También pueden ser analizados los fetos a través de métodos no invasivos, como la ecografía o el análisis de determinados marcadores bioquímicos. Sobre las metodologías tanto del DGP como del DG en la etapa fetal se puede consultar en el libro del autor El mensaje de la vida. Credo de un genetista[9].
- En el caso de la etapa fetal se plantea el aborto embriopático o eugenésico, lo que igualmente supone la eliminación de vidas humanas.
Consideraciones bioéticas
La eugenesia liberal se implica en dos tipos de acciones, una negativa, para eliminar vidas humanas de “mala calidad” genética, promoviendo su eliminación durante la etapa embrionario-fetal, y otra positiva, que busca alterar la condición natural y fomenta un “mejoramiento” de las capacidades naturales de los seres humanos o la adquisición de otras nuevas (belleza, inteligencia, fortaleza, longevidad, etc.). Los avances tecnológicos han promovido su aplicación utilitarista con el fin de librar a la especie humana de las cargas de una herencia defectuosa y fomentar su aplicación incluso con el fin de favorecer caracteres pretendidamente superiores (belleza, fuerza, inteligencia) o incluso que trasciendan la naturaleza humana, como suscitan los transhumanistas.

En este sentido, el transhumanismo va más allá de la eugenesia liberal. Nick Bostrom, profesor de Filosofía de la Universidad de Oxford y fundador de la World Trasnshumanists Association, define el transhumanismo como: «Un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma la deuda moral para mejorar las capacidades físicas e intelectuales de la especie humana, y para aplicar al hombre las nuevas tecnologías que puedan eliminar los aspectos indeseados y no necesarios de la condición humana: el sufrimiento, las enfermedades, la vejez e incluso su condición mortal»[10].
Si bien la vertiente negativa es rechazable, por ir contra la vida y dignidad no lo es menos la positiva, donde las acciones que se proponen “cosifican” al máximo la vida humana. Supone una calificación utilitaria de las personas que se califican de mejores o peores de acuerdo a unos estándares de calidad genética que trascienden los caracteres naturales de los seres humanos, que se consideran insuficientes o directamente indeseados, en función de consideraciones materialistas. Los transhumanistas propugnan el uso de las tecnologías emergentes hasta conseguir seres humanos superiores a los actuales, aunque en esta consideración únicamente se contemple la dimensión material y valga cualquier tipo de modificación, contra la ética y el respeto a la vida humana.
En este sentido, el filósofo británico David Pierce, defensor de una ética utilitarista y transhumanista va más lejos, al afirmar: «Si queremos vivir en el paraíso, tendremos que diseñarlo nosotros mismos. Si queremos la vida eterna, entonces tendremos que reescribir nuestro código genético plagado de errores y convertirnos en dioses … sólo las soluciones de alta tecnología pueden erradicar el sufrimiento del mundo. La compasión por sí sola no es suficiente».
Por supuesto, hay una gran controversia en torno a esta corriente ultraliberal, en especial en relación con los límites de las acciones que se proponen, hasta el extremo de pretender la modificación de la especie con el concurso de la inteligencia artificial. De este modo, la Dra. Bárbara Katz Rothman, de la Escuela de las Artes y las Ciencias de Nueva York señala que: «La historia nos ha enseñado qué ocurre cuando la gente se clasifica en mejor o peor, superior o inferior, digna de vivir o no. ¿Qué puede ocurrir si la tecnología utilizada para defender el concepto genético no es la brutal tecnología de grilletes, barcos de esclavos, gas letal o crematorios, o ni siquiera la esterilización quirúrgica, sino la magnífica y extraordinaria tecnología de la nueva genética?», y se lamenta al añadir… «Mis hijos no conocerán la tecnología genética con cadenas y grilletes… se la pondrán en bandeja»[11].
Como hemos dicho, la vida humana es digna siempre y el reconocimiento de la dignidad hace iguales a todos los seres humanos. No es ni más ni menos digno un ser humano más o menos inteligente, con o sin un defecto congénito o una malformación.
No se trata de rechazar la tecnología, sino de humanizarla y utilizarla siempre en la dirección que respete la dignidad humana. Se pueden defender e incluso fomentar las acciones que por medio de las técnicas de ingeniería genética vayan destinadas a la curación de enfermedades genéticas, como las de “terapia génica” o la “edición génica” (CRISPR-Cas9 u otras) en tejidos somáticos de los pacientes. Esto con el tiempo será posible y es deseable.
En este sentido, Jurgen Habermas opina que la intervención genética perfeccionadora (ultraliberal) perturba nuestra comprensión ética de la especie porque al someter a los individuos manipulados al controvertido proceso de “cosificación”, se rompe la plena autoría de su propia biografía, puesto que en ellos se practica una disminución de la autonomía personal que os reconocemos mutuamente, base de la dignidad e igualdad de los seres humanos.
Si admitimos que el ser humano es ya un ser extraordinario y único en la naturaleza, cabe preguntarse ¿para qué queremos crear un superhombre?, ¿es que nos parece poco la inteligencia, la autoconciencia, la capacidad de discernimiento y de comunicación del hombre?, ¿su dominio sobre la naturaleza?, ¿su exclusividad en la evolución cultural?, ¿su sentido de trascendencia?
Humanizar y transformar el medio natural tiene que ver con la evolución cultural, no con la evolución biológica, y lo que algunos pretenden es gobernar y dirigir nuestra propia evolución biológica incluso hacia un nuevo tipo de especie. Lo que se pretende es algo más directo que el eugenismo social. Quienes sostienen las corrientes del transhumanismo van más allá con la idea de controlar y cambiar los cuerpos y la mente hasta transformar al ser humano en otro ser, algo que transcienda al Homo sapiens, que es el empeño de los posthumanistas.
En este sentido, El Prof. Fernando Llano Alonso, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, dice que: «El transhumanismo supone un cambio en el paradigma antropocéntrico defendido por el humanismo, y pretende desbordar los límites de la naturaleza que hasta hace poco considerábamos insuperables para crear una nueva especie más evolucionada que la del Homo sapiens: el Homo excelsior, una especie posthumana superior a la nuestra, formada por seres superdotados que han sido seleccionados, diseñados y mejorados genéticamente que —de acuerdo con el imaginario transhumanista— dominarán el futuro posthumano y serán más felices, virtuosos, longevos e inteligentes que nosotros»[12].
Todo un programa en el que se han fijado los responsables de corporaciones multinacionales y políticos unidos en el Club de Roma y otros, promotores de políticas inspiradas en el matusianismo, materialistas y ultraliberales. La consecuencia de estas corrientes, promotoras de las de la ideología de género, el aborto, etc., apoyadas por la ONU y la OMS, que se han ido apartando de sus buenos propósitos iniciales, ha sido un descenso drástico de la población en el mundo en las últimas décadas.
Dice el Papa Francisco en ‘Laudato si’ que «La surgente ideología transhumanista, viene a considerar que la naturaleza es una limitación, empezando por la humana […] el dinero que mueven sus actuales predicadores, está introduciendo una variable nueva en todo esto».

Conclusiones
Finalmente, y pensando en el poder de la ciencia y de la tecnología podríamos concluir con las siguientes reflexiones:
- La vida humana es siempre digna de ser vivida por ser un fin en sí misma. ¿Quién tiene derecho a decidir sobre quien es más o menos digno de vivir?
- El “factor temporal” que distingue al embrión del feto y a este del adulto no influye en su condición de vida humana, la misma de principio a fin. Por todo ello debe exigirse el mismo nivel de respeto y protección de la vida humana en todas las etapas de su ciclo biológico.
- Cualquier control sobre la procreación humana plantea un conjunto de interrogantes éticas. ¿Qué debe entenderse por mejor o peor?, ¿qué se considera deterioro genético?, ¿quién decide sobre la bondad o maldad de los genes?
- El diagnóstico genético conlleva un auténtico encarnizamiento reproductivo, que promueva la selección (eliminación) de embriones y fetos. Es una puerta abierta a la eliminación de seres humanos que podrían tener una vida regular, feliz y útil para sí mismos y la sociedad (caso de los niños Down entre muchos otros casos).
- La “nueva eugenesia” o “eugenesia liberal” mediante la posibilidad de “diagnosticar” la presencia de genes no deseados en el genoma individual, convierte al ser humano analizado en un objeto.
- Quedan además alterados los principios del humanismo cristiano que dan sentido al matrimonio de un hombre y una mujer, y a los hijos como un don fruto del amor y del sentido procreativo de su entrega mutua.
- La neoeugenesia transforma a los hijos en objetos, productos que se pueden desechar e elegir según sus características genéticas.
[1] R. Rieger y otros, Glossary of Genetics and Cytogenetics. (Springer-Verlag, Berlin, 1976).
[2] Th. H. Huxley, Man’s Place In Nature And Other Anthropological Essays. (Appleton, Nueva York 1896).
[3] F. Galton, Inquiry into human faculty and its development, (Macmillan, Oxford 1883).
[4] J. Huarte, A. Suarez, «On the Status of Parthenotes. Defining the developmental potentiality of a Human Embryo», en The National Catholic Bioethics Quarterly(2004), pp. 755–770.
[5] I. Kant, Antropología en sentido pragmático. (Alianza, Madrid 1991).
[6] A. Serra, «The Dignity of the Human Embryo». Medicina e morale, 52 (2002) 63–80.
[7] J. Lejeune, Moral Natural y Experimentación Fetal. Ciclo de Conferenciaas «Respecto a la Vida Naciente, Procreación, Artificial y Experimentación Fetal» Caracas, 23–5–1989.
[8] N. JOUVE. El mensaje de la vida. Credo de un genetista. (Ed. Encuentro, Madrid. 2020).
[9] N. JOUVE. El mensaje de la vida. Credo de un genetista. (Ed. Encuentro, Madrid. 2020).
[10] N. Bostrom, «A history of Transhumanist Thought. Journal of Evolution and Technology»- 14(1) (2005) 1-25.
[11] B. KATZ ROTHMAN. Genetic Maps and Human Imaginations: The Limits of Science in Understanding Who We Are. (Norton, New York, 1998).
[12] F.H. Llano, «Transhumanismo, vulnerabilidad y dignidad humana». Deusto Journal of Human Rights. 4/2019.