Tablets y móviles: la nueva «comida basura» para los pobres

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Mientras las élites educan a sus hijos protegiéndoles de las agresiones de las nuevas tecnologías nosotros seguimos permitiendo el uso indiscriminado por parte de niños y jóvenes de móviles y tablets. Y esto no sucede solo en los países enriquecidos. Ya en muchos países empobrecidos se dispone más fácilmente de un móvil que de comida.

La hiperconectividad por un lado ha fraccionado el tiempo mediante cientos de interrupciones diarias que nos impiden disponer de un tiempo de calidad para aprender, para estar concentrados, para reflexionar y estar atentos. Y por otro lado las nuevas aplicaciones tecnológicas están desplazando a actividades  como la lectura reflexiva, la toma manuscrita de apuntes y notas, la asimilación de reglas ortográficas, la orientación espacial o la gestión más básica de relaciones y gestiones humanas.

Si en las edades más tempranas no se asimilan ciertos procesos cognitivos y habilidades básicas y estructurantes el cerebro del niño nunca se va a desarrollar acorde con su potencial. Hoy el uso de ciertas tecnologías es un auténtico suicidio intelectual.

A esto se añade la cantidad de adicciones de todo tipo que están proliferando por la disponibilidad incontrolada de nuevas tecnologías. La primera consecuencia de la adicción es la pérdida masiva de tiempo que podríamos dedicar a actividades más  formativas  humanizantes.

Sin embargo, y como siempre, las élites  sí son conscientes de la influencia patógena de las nuevas tecnologías a ciertas edades . Los tecnólogos de Silicon Valley, creadores de esta tecnología, prohíben o limitan considerablemente a sus hijos el uso de los productos que ellos mismos desarrollan. (El lema de todo buen traficante es «no consumas lo que vendes).         Uno de los últimos que alzó la voz públicamente fue Tim Cook, CEO de Apple, quien dijo que prefiere que haya límites al uso de tecnología en los colegios.

Los argumentos para evitar que los niños se habitúen al uso continuado de pantallas como las de smartphones y tablets, o retrasarlo todo lo posible, se centran en la necesidad de que esos niños desarrollen habilidades que el uso de pantallas no les permite desarrollar. Los niños tienen que aprender un montón de cosas: a aburrirse para aprender a tolerar la frustración, a jugar libremente para aprender a dirigir su conducta, a jugar con normas para aprender a respetar unas reglas, a estar con otros niños para desarrollar habilidades sociales y saber negociar… Y estando solo con una pantalla no se consigue.

Cada vez hay más voces que señalan al exceso de tiempo frente a un smartphone como causa de depresión en adolescentes ya que la prolongada conectividad les impide madurar ciertas emociones. Esta potencial carencia de evolución de la salud mental puede derivar en problemas mucho mayores. Las tasas de depresión en adolescentes llevan disparándose desde 2011. Y aunque como decíamos, todavía no hay un consenso sanitario, sí que hay cada vez más voces que señalan como culpable al uso excesivo de las redes sociales.

Por otro lado en las últimas décadas se ha producido una brecha digital entre ricos y pobres. No solamente de diferentes países: también entre compañeros de colegio que contrastaban en la capacidad de uso de la tecnología. Los de familias con rentas más altas tenían más acceso a esa tecnología, mientras que los de rentas más bajas no. Una diferencia que provocaba que los hijos de familias más ricas tuviesen una ventaja a la hora de desempeñar estudios u ocupar empleos con componente técnico. Sin embargo la brecha digital ha dado un vuelco: los hijos de familias ricas tienen acceso a alternativas a pasar el tiempo frente a una pantalla, mientras que los de familias pobres, que pasan el día trabajando, no tienen recursos económicos ni disponibilidad temporal para ello.

Javier Urra, psicólogo clínico especializado en menores y Defensor del Menor entre 1996 y 2001, pone el paralelismo de la obesidad.          «En África hay hambrunas que afectan a niños, en cambio, en países desarrollados, la obesidad infantil afecta más a familias con menor poder adquisitivo, ya que tienen acceso a peor alimentación y que se prepara en menos tiempo. Lo mismo pasa con los niveles culturales y económicos altos y bajos: la gente de alto nivel cultural, aunque sean expertos en tecnología, se ha dado cuenta de que su uso es bueno, pero su abuso no, y la adicción menos. Se han dado cuenta de que se ha de volver al juego físico, al juego con otros niños».

«Lo que veo es que muchísima gente antes estaba con el móvil siempre conectado, siempre pendiente de Instagram, Twitter… Y ahora mucha gente de cierto nivel intelectual está cogiendo distancia, buscando cierto equilibrio.»

¿Qué puede ocurrir a largo plazo si esta tendencia en niños y adolescentes no se revierte?  Lo más inmediato es falta de habilidades sociales que impida dar mensajes en el cara a cara, únicamente a través de entornos digitales y continuando por incapacidad de gestionar las emociones correctamente.

Algunos cambios generacionales sí están empezando a producirse, aunque no únicamente a causa del smartphone. Los cambios  en la generación nacida entre 1995 y 2012 respecto a las generaciones anteriores han sido los más rápidos y bruscos. Tienen más tiempo libre, el cual pasan ahora en soledad, con el smartphone como epicentro de sus comunicaciones sociales. También un menor interés por conducir (actividad que poco antes despertaba un interés descomunal), un menor número de citas, e incluso menores relaciones sexuales entre los quince y los dieciocho años.

Las principales consecuencias del abuso del smartphone ya se están comenzando a dar, ahora falta ver qué decisiones toman los padres frente a ellas.

 

Profesionales por el Bien Común

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