Transición energética y guerra: un matrimonio de conveniencia

La transición energética esta totalmente presente en las estrategias militares de las grandes potencias
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Un poco de historia

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, el caballo era todavía un elemento central en la planificación militar de las grandes potencias, y el carbón movía las máquinas, los trenes y el vapor del mundo. Pero cuatro años más tarde, al final de la guerra, tuvo lugar una “revolución energética” que cambió la cara del capitalismo, y el petróleo rediseñó la geoeconomía y la geopolítica del mundo. Poco después del conflicto, el crecimiento exponencial de la industria automovilística dejó de ser un papel clave en la expansión mundial del motor de combustión y de la gasolina.

No hay duda de que fue la guerra la que aceleró el proceso de esta segunda gran “transición energética” en la historia del capitalismo industrial. Esto pasó después de la guerra, pero la “transición energética” del carbón al petróleo jugó un papel decisivo en el resultado mismo de la guerra.

El gran cambio comenzó con la Armada Británica ya en 1911, pero después del primer paso, todas las demás potencias involucradas en el conflicto se adhirieron a la nueva matriz energética del petróleo ya su uso militar inmediato en la creación de nuevos tanques de guerra, y el desarrollo de la aviación militar.

Y durante la guerra, debido a la importancia de la nueva fuente de energía, todos los gobiernos terminaron creando estructuras y organismos específicos de articulación entre el Estado, su mando estratégico y las grandes empresas petroleras privadas, para coordinar la producción y distribución de petróleo, fuera del mercado y en obediencia a las estrategias bélicas de cada uno de estos países.

Pocos días después de la firma del armisticio, el 1 de noviembre de 1918, el gobierno inglés acogió una reunión de la Conferencia Interamericana del Petróleo, creada durante la guerra, y en esa ocasión Lord Curzon celebró la victoria aliada declarando alto y claro que “la causa aliada flotaba hacia la victoria sobre una ola de petróleo”.

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos controlaban el 65% de la producción mundial de “oro negro”, y durante el conflicto los americanos suministraban el 80% del petróleo consumido por los países aliados. Por lo tanto, después de la guerra, los americanos tomaron automáticamente la delantera en la nueva matriz energética del mundo, y se convirtieron en los mayores productores y exportadores de petróleo del mundo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

La región del Cáucaso había perdido temporalmente su importancia después de la guerra y la revolución soviética, y la exploración de petróleo en el Oriente Medio seguía dando sus primeros pasos después de que Francia e Inglaterra firmaron el Acuerdo Sykes-Picot en 1916, que más tarde fue confirmado por el Acuerdo de San Remo de 1920, dividiendo entre ellas el territorio del antiguo Imperio Otomano, que se convertiría en el epicentro de la disputa energética de las grandes potencias en la segunda mitad del siglo XX

Está en pleno apogeo una gigantesca mutación geopolítica mundial causada por la universalización del sistema capitalista interestatal, el vertiginoso ascenso de China y la India y el retorno de Rusia a la condición de potencia militar mundial.

Siglo XXI

Un siglo después, ya en la tercera década del siglo XXI, el mundo está atravesando una enorme transformación geopolítica, y al mismo tiempo se propone hacer una nueva “transición energética”, sustituyendo los combustibles fósiles por nuevas fuentes de energía “limpias y renovables”. La Segunda Guerra Mundial terminó hace 75 años, y la Guerra Fría terminó hace 30 años, pero hoy en día es común hablar de una “tercera guerra mundial”, o de una “nueva guerra fría”, aunque las grandes potencias no estén involucradas en una guerra directa y explícita.

De hecho, lo que está en pleno apogeo es una gigantesca mutación geopolítica mundial causada por la universalización del sistema capitalista interestatal, el vertiginoso ascenso de China y la India y el retorno de Rusia a la condición de potencia militar mundial.

Todo esto es concomitante con la disminución de la participación económica y el poder militar de las potencias occidentales más ricas e industrializadas del siglo XX, especialmente en el caso de Europa, más que de los Estados Unidos. Y a pesar de estas grandes transformaciones, es poco probable que se produzca una gran “guerra hegemónica” entre los EE.UU. y China, o incluso entre los EE.UU. y Rusia, en las próximas décadas.

El territorio y los brazos de estos países son gigantescos, juntos controlan alrededor de un cuarto de la superficie territorial del mundo, y más de un tercio de la población mundial, y ya no permiten invasiones o conquistas del tipo clásico. Por esta razón, su lucha debe trasladarse a los territorios periféricos del sistema ya los espacios y flujos sin fronteras por los que circulan los recursos y la energía del sistema capitalista interestatal, donde debe adoptar la forma de una “guerra híbrida” casi permanente, librada en varios puntos simultáneamente, con cambios de escenario repentinos e inesperados, y con alianzas cada vez más inestables, como si cada uno fuera a reproducir en el futuro, ya escala planetaria, lo que fue la historia pasada de la formación de la propia Europa.

En cualquier caso, esta continua competencia subterránea entre los “tres gigantes” debería promover uno de los saltos tecnológicos más espectaculares de la historia. Y una vez más, como siempre ha sido el caso a lo largo de los años, este salto tecnológico debe ser liderado por la investigación e innovación de la industria bélica, lo que implica un cambio en la matriz energética que actualmente impulsa la infraestructura militar de estos países, y de todo el mundo.

Hoy en día, desde el punto de vista energética, cuando se observa la planificación estratégica de las grandes potencias que se sitúan en el epicentro de la competencia geopolítica mundial, lo que se observa no es una preocupación inmediata por el agotamiento de los recursos fósiles, sino por el aumento de los costos de las acciones para garantizar el acceso de cada una de ellas a sus reservas dispersas por todo el mundo.

El Alto Mando Estratégico de estos países sigue previendo el uso prioritario de la energía fósil en sus diversas plataformas militares, al menos hasta 2050, pero todas ellas trabajan con el mismo objetivo de sustituir la energía del carbono por una nueva matriz que se construye progresivamente y que incluye cada vez más energía eólica, solar, mareomotriz y de biocombustibles, con el uso también de fuentes de hidrocarburos todavía infrautilizadas, como las arenas bituminosas y el hidrato de metano.

Además, todos estos países, junto con otros de menor pretensión militar, se han dedicado al desarrollo de la electricidad producida en el propio campo de batalla, como resultado de las exigencias impuestas por los nuevos sistemas electrónicos que se utilizan cada vez más en las operaciones militares con láser, sensores químico-biológicos y exoesqueletos. Varios autores incluso sugieren que en los próximos decenios, desde el punto de vista militar, “el concepto mismo de generación de energía se alejará razonablemente del modelo ‘colector'” de la economía dependiente de los fósiles, en el que la geografía de los recursos viene dada por la naturaleza, hacia un modelo ‘granjero’ en el que la energía se genera efectivamente de principio a fin en espacios predeterminados por las estrategias de cada uno. En el límite de la ‘cosecha de energía plantada’ estarían los microgeneradores portátiles y personales, capaces de garantizar la autonomía operativa a un soldado con su equipo”.

Los Estados Unidos, Rusia, China, la misma India y las demás potencias intermedias del sistema mundial trabajan con el mismo horizonte de 2050/60, cuando programan la “transición energética” de sus estructuras y plataformas militares, con vistas a construir un nuevo paradigma “libre de fósiles”.

Aún así, hoy ya es posible identificar la presencia de este nuevo paradigma del futuro, en el desarrollo actual de algunas tecnologías militares “de vanguardia” utilizadas en algunos armamentos que ya están en fase embrionaria o, en algunos casos, en pleno uso experimental en las disputas por el petróleo en el Oriente Medio.

Esta categoría incluye tres tipos de tecnologías que interactúan entre sí y que ya se están utilizando de manera cada vez más letal, como los “drones”, los “enjambres” y la “inteligencia artificial” para uso militar. Tres tecnologías que forman parte de un proceso más amplio de “zumbido de guerra”, con el uso de vehículos armados, terrestres, aéreos y navales, operados a distancia, con auto-pilotaje y capacidad táctica para tomar decisiones autónomas durante la ejecución de algún objetivo alterado en medio de la batalla.

El potencial de estas nuevas armas se multiplica geométricamente en lo que los especialistas llaman “enjambres” -situados literalmente en la última frontera tecnológica de la guerra del siglo XX- que son, en la práctica, verdaderos “colectivos de zánganos” que operan en una red de intercambio de información entre ellos, bajo el mando de equipos dotados de “inteligencia artificial” que reducen la intervención humana al mínimo indispensable para definir los objetivos más generales de la propia guerra y de cada uno de sus combates.

Desde el punto de vista de la “transición energética” que se está debatiendo actualmente en todo el mundo, lo más importante es dejar claro que los estrategas militares de las grandes potencias prevén que entre 2020 y 2050/60, todos estos nuevos armamentos y plataformas militares estarán ya etiquetados en la nueva matriz energética – “limpia y renovable” – que nacerá, en este caso, de la competencia militar entre las pocas grandes potencias que se disputarán el poder global durante el siglo XXI, dentro de un sistema que seguramente será cada vez más jerárquico, asimétrico e imperial.

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