Reducir a los seres humanos a animales, y elevar a los animales a la categoría de personas. Reto antropológico del nuevo ministro de cultura..

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Reducir los seres humanos a animales quitándoles la categoría y dignidad de personas es lo que hacen todos los regímenes totalitarios cuando quieren marginar, esclavizar o eliminar a un conjunto de seres humanos.  Es el mecanismo primario con el que este tipo de regímenes busca su legitimación. Reducir la dignidad ontológica de los seres humanos es el camino más directo para el genocidio. Ya lo hicieron los nazis con los judíos, gitanos, homosexuales  etc. y les fue muy bien porque consiguieron un grado de aceptación muy amplio entre la población.

     La esclavitud, desde la antiguedad hasta nuestros días, se basa en este principio: el esclavo no es persona; es objeto, instrumento o animal a disposición plena de su amo para lo que  este estime conveniente.  Hoy decenas de miles de inmigrantes empobrecidos, expulsados de sus tierras por la guerra, el hambre y la miseria, mueren en nuestras aguas y en las vallas de nuestras fronteras y no nos inmutamos especialmente. Y los que sobreviven son condenados a la precariedad y la explotación.

     Actualmente se practica el mismo reduccionismo antropológico con los niños no nacidos. Tanto los embriones como los fetos han perdido la categoría de personas y se les puede considerar como tales, dependiendo de la voluntad del que tiene el poder sobre su vida. Es el famoso «derecho a decidir», tan cacareado por el nacionalismo y que según parece se puede aplicar siempre y a todo. El «derecho a decidir» es simple  y llanamente la voluntad  del poderoso, del fuerte, del rico. Los absolutos morales, frente al derecho a decidir, son la mejor defensa de los seres humanos, especialmente de los más débiles.

     A  este poder de decidir sobre la vida de un niño antes de que nazca se le ha otorgado  además la categoría jurídica de «derecho» ( derecho al aborto)  por encima del derecho a la vida del propio niño. Hoy millones de niños son eliminados antes de nacer simplemente porque estorban el bienestar de una sociedad materialista y utilitarista. Un niño no nacido, inoportuno,  pobre, enfermo o discapacitado lo tiene muy crudo para ver la luz.

En el mismo sentido se encuentran los ´viejos y  los enfermos terminales que también están en la cuerda floja con la implantación de la eutanasia. Su vida ha perdido la dignidad de «persona útil» y por tanto el poder ya empieza a buscarles una «salida digna» para que estorben y gasten  lo menos posible.  Con la creciente soledad con la que muchos seres humanos llegan a la vejez en las sociedades enriquecidas no nos extraña que la eutanasia se presente como la única salida digna. Sin embargo esto es mentira. Con la implantación de la eutanasia ya no habrá motivaciones para seguir investigando ciertas enfermedades o  la mejora de los cuidados paliativos.

      Pero además, como forma complementaria y no menos eficaz de reducir antropológicamente al ser humano, se nos presenta como progresista, sin embargo, la elevación de los animales a la categoría de personas. Si se acorta la distancia entre un ser humano y un animal, aunque sea elevando  este a donde no le corresponde,  el objetivo de reducir al ser humano, privándole de su dignidad intrínseca, está objetivamente más proximo.

     Los ecos del  antiguo «proyecto  gran simio» tienen cada día más resonancia en esta «sociedad animalista» que se conmueve más por un animal que por inmigrante pobre, un niño abortado o un mendigo. En aquel proyecto de la época de J.L. Rodríguez  Zapatero se hablaba de ciertos «derechos humanos» para algunos tipos de simios, valga la contradicción, mientras  sectores humanos enteros eran y son descalificados y descartados. Se llegó a afirmar que los grandes simios tenían más dignidad que ciertos seres humanos como los enfermos de Alzheimer, los embriones humanos a los que se les llamaba parásitos de la madre o los enfermos en estado vegetativo.(Cfr. Mosterin J. La naturaleza humana.)

 Sin duda alguna, los animales debe ser tratados adecuadamente; nadie puede  legitimar el maltrato de estos, pero es realmente injustificable que se afirme que «los animales tienen derechos».

     Sin duda alguna, los animales debe ser tratados adecuadamente; nadie puede  legitimar el maltrato de estos, pero es realmente injustificable que se afirme que «los animales tienen derechos». Los sujetos con derechos son aquellos que pueden asumir deberes y responsabilidades. Los derechos son para proteger deberes y por tanto solo un sujeto de deberes, y los animales no lo son, puede ser sujeto de derechos.  Por ejemplo, un padre tiene derecho a un trabajo digno porque tiene el deber de sostener a su familia y contribuir a la sociedad. No puede haber derechos sin deberes y no puede haber deberes sin derechos. El respetar a los animales no puede consistir en  otórgarles «derechos». Es absurdo. Un mono, un perro o una ballena no tiene ni deberes. Además ya es bastante duro  soportar que con lo que Europa  gasta en alimentar perros y gatos podrían alimentarse más de 100 millones de personas y sin embargo cada día mueren 100.000 personas de hambre, la mitad niños.

     Por eso cuando el reluciente nuevo ministro de cultura, José Guirao, reconocido animalista,  pone al mismo nivel a los seres humanos y a los animales está contribuyendo decisivamente a la reducción antropológica del ser humano y por tanto favoreciendo que se borre la delgada línea roja que actualmente nos separa de los animales.  Con ello, muchos más hombres, mujeres y niños, especialmente los más  vulnerables, débiles y descartados están siendo echados a los pies de los caballos. El ministro  de cultura desconoce la realidad cuando afirma que hay sobrepoblación, eso es falso según todos los estudios demográficos,  sin embargo con ello está colaborando activamente con el más duro neocapitalismo internacional que aboga por un control estricto de población,  tanto cuantitativo como cualitativo, fundamentalmente para disminuir la presión de los paíes empobrecidos, 85% de la población mundial, sobre los enriquecidos.

Carlos Llarandi Arroyo
Profesionales por el Bien Común.

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