Vidas o datos secuestrados

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Estamos inundados de datos. En 2017 produjimos tantos como en todos los años anteriores de la civilización humana. Nos acercamos a lo que el escritor Italo Calvino definió proféticamente como «la memoria del mundo». O lo que es lo mismo una copia digital de nuestro universo físico. Manejamos una inmensa cantidad de datos, pero eso no significa que estemos haciendo más o mejor información. La información es otra cosa. El ejemplo más recurrente es el del procesador de textos que ayuda a escribir con mayor facilidad pero no a producir mejor literatura.

El espionaje en Facebook ha sacado a relucir, esta vez con gran estruendo, una de las grandes amenazas: la de la economía emergente que pone en peligro la privacidad y nos hace vulnerables a manipulaciones de todo tipo. Los anunciantes conocen algunas cosas de nosotros casi antes de que las conozcamos nosotros mismos.

El espionaje en Facebook ha sacado a relucir, esta vez con gran estruendo, una de las grandes amenazas: la de la economía emergente que pone en peligro la privacidad y nos hace vulnerables a manipulaciones de todo tipo. Los anunciantes conocen algunas cosas de nosotros casi antes de que las conozcamos nosotros mismos. El Big Data promete que todo será más fácil y más efectivo que nunca.

Lo que les contamos a nuestros teléfonos inteligentes sobre nuestras vidas, intencionalmente o no, está muy por encima de lo que el detective más ambicioso del siglo pasado podría llegar a descubrir durante veinticuatro horas de investigación intensiva de cualquier persona.

Todo se puede rastrear. ¿Pero debe ser todo rastreado? Hasta los defensores de la eficacia del Big Data como instrumento de progreso entienden que se trata de una de las nuevas tecnologías potencialmente más peligrosas y destructivas que existen. Tiene la facultad de socavar insidiosamente y cambiar casi todos los aspectos de las vidas. Del mismo modo que ha sucedido en Facebook con los datos obtenidos para la personalización de la campaña electoral en Estados Unidos o la del Brexit, las empresas rastrean mediante la oferta gratuita de sus servicios nuestras existencias, negocios y comportamientos.

Quieren saber qué va a ocurrir con sus productos, pero tienen la tentación de fisgar en las vidas de consumidores y empleados, la de sus hijos, su salud, sus hábitos de compra, sus relaciones sociales, etcétera. ¿Dónde empieza y dónde acaba esta pulsión indiscreta? No se sabe, mientras el cliente es la mercancía y también ese objeto manipulable del deseo.

El que está en poder de los datos maneja el negocio del futuro, se suele decir. Uno queda atrapado en la red desde el mismo momento que se registra y cuenta su vida para lograr a cambio de ello un servicio sin pagarlo. De cualquier tipo. A partir de ahí forma parte de la mercancía, la compra, la oferta del voto, el mensaje, siendo o no consciente de la utilización que están haciendo de los datos que perfilan su personalidad.

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