Carlo Gnocchi: Servir todos los días de mi vida a los pobres del Señor

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El 25 de octubre de 2009 en la Plaza del Duomo de Milán (Italia), fue beatificado durante el pontificado del papa Benedicto XVI.  D. Carlo Gnocchi supo interpretar  su vocación: la de ser luz y apoyo, fuerza y esperanza para todos los que la necesitaban. Su vida se consumó por el bien de los demás.

En el año 1946, D. Carlo Gnocchi escribía: «Antes que la crisis política o económica hay una profunda crisis moral, más aún, una crisis metafísica. Como tal afecta a todos los pueblos porque toca al hombre y a su problema existencial», sus palabras cobran una inmensa actualidad en el siglo XXI.

Don Carlo Gnocchi nació el 25 de octubre de 1902, en San Colombano al Lambro, cerca de Lodi, Italia; en el seno de una familia rural. Su infancia estuvo  atravesada por grandes luchas. Su padre murió en 1907, cuando Carlo tenía sólo 5 años. Dos años más tarde murió su hermano Mario de meningitis. Su hermano mayor Andrea también falleció de tuberculosis. Carlo se quedó sólo con su madre Clementina Pasta. Fue una mujer valiente y, a pesar de que tuvo que vivir en condiciones muy difíciles, no sólo no perdió la fe en Dios, sino que llegó a orar de esta manera: «Dos hijos míos los he perdido Señor; el tercero te lo ofrezco para que tú lo bendigas y lo conserves a tu servicio».

Fue ordenado sacerdote en 1925, en Milán. En su vocación al sacerdocio su madre desempeñó un papel fundamental. La gracia de Dios y la participación en las actividades parroquiales hicieron lo demás.

Destacó como  educador, estudió pedagogía y escribió algunos ensayos sobre estos temas. En el año 1936,  el Cardenal Ildefonso Schuster lo nombró director espiritual de la escuela más prestigiosa de Milán, el Instituto Gonzaga de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

En 1940 Italia entró en la Segunda Guerra Mundial y muchos jóvenes estudiantes fueron enviados al frente de batalla. Don Carlo no quiso abandonar a sus jóvenes en estos momentos de peligro y se enroló como capellán voluntario del batallón «Val Tagliamento» de los alpinos.  En 1942 volvió a partir, esta vez al frente ruso con los alpinos de la Tridentina. En enero de 1943 comenzó la dramática retirada del contingente italiano derrotado en aquel frente. Fue precisamente su experiencia del dolor en esta terrible huida la que inspiró su futura fundación. Habiendo caído a un costado de la helada ruta rusa junto a un grupo de agotados soldados y a punto de morir, un vehículo militar que pasaba intentó llevarlo sólo a él hasta la próxima base militar, pues no tenían más lugares en el transporte, dejando allí agonizando al resto de los soldados. Don Carlo se negó a abandonar a los suyos; pero estos le insistieron diciendo: «Vaya, Capellán, y ayude a nuestros hijos, ampare usted a nuestros huérfanos». Sólo ante la impresión de este conmovedor testamento, aceptó ser trasladado al hospital militar, terminando de este modo su participación en la guerra.»¡Un sacerdote no puede no estar donde se muere!», decía.  Después, la trágica experiencia de la retirada de Rusia, hizo madurar en él el plan concreto de ofrecer asistencia a los huérfanos de los alpinista y a otras muchas pequeñas víctimas inocentes de los conflictos bélicos: «Deseo y pido al Señor una sola cosa: servir todos los días de mi vida a sus pobres. Es esta mi carrera»,  escribía a su primo.

A  partir de 1945, comenzó a diseñar su proyecto para ayudar a los mutilados de guerra y a los hijos de los sobrevivientes; lo que le daría el título de llamado «el apóstol de los mutilados» por su especial dedicación a los huérfanos y heridos de guerra. En 1949, su obra obtuvo el primer reconocimiento oficial, llamándose «Federación por la Infancia Mutilada»; más tarde sería reemplazada por la «Fundación por la Juventud». En la actualidad la misión de esta fundación  es acoger a los  pacientes con diferentes formas de discapacidad, pacientes que tienen necesidad de intervenciones quirúrgicas y tratamientos de rehabilitación. Ancianos que no son autosuficientes y enfermos de cáncer en fase terminal.

Carlo falleció de un cáncer al páncreas en Milán el 28 de febrero de 1956, a la edad de 54 años. Su vida es recordada, actualmente, a través de la película D. Gnocchi «El ángel de los niños».

Durante los últimos meses de vida redactó  Pedagogía del dolor inocente, auténtico testamento espiritual donde toca las cumbres del sentido cristiano del dolor. Esta obra fue traducida por P.Miguel Ángel Fuentes, que consideró providencial el libro, especialmente por la «guerra»  que sufren actualmente los niños.   No solo están golpeados por el horror de la guerra, el hambre, la inmigración, los campos de refugiados, la esclavitud en todas sus formas, el aborto…sino en otras «guerras» no menos aniquiladoras como la destrucción de la familia, el abandono de los niños: «los niños de nadie», hijos de padres y madres ausentes, las políticas corruptas, la escuela deseducadora, educados por maestros sin vocación, la aniquilación y manipulación de la conciencia, la pornografía y prostitución infantil…una agresión mayor que la que sufrieron los niños y jóvenes en la IIª Guerra Mundial. Son criaturas consideradas exclusivamente desde el lucro y el utilitarismo.

Su testimonio es importante para el siglo XXI   porque ha puesto en el centro de su acción a la persona, las personas, todos las personas, la fuerza vital del amor, el sueño de la fraternidad y de la solidaridad universal, sin prejuicios ni excepciones. Representa la defensa de la dignidad humana.

Os trasladamos uno de los pensamiento recogido de su libro: Pedagogía del dolor inocente:

En el misterioso dolor de los inocentes se debe manifestar: el amoroso e inexhausto esfuerzo de la ciencia; las multiformes obras de la solidaridad humana y los prodigios de la caridad sobrenatural

San Juan Pablo II se dirigió a un grupo de peregrinos de la fundación «pro juventute Don Carlo Gnocchi» con las siguientes palabras:

Él supo responder a las necesidades concretas y urgentes, pero, sobre todo, supo hacerlo con un estilo de gran actualidad, anticipando los tiempos, gracias a su notable sensibilidad educativa, que maduró durante el primer período de su ministerio y que después cultivó siempre. No le bastaba asistir a las personas, sino que quería «restaurarlas», promoverlas, y ayudarles a encontrar la condición de vida más adecuada a su dignidad. Este fue su gran desafío, y sigue siendo el gran desafío para la fundación que lleva su nombre.

Autora: María de la Cabeza

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