Así se gestó la farsa de la «economía colaborativa»

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El término ‘economía colaborativa’ tiene sus orígenes en 2010, pero en nuestro país empezó a llegar en 2012. El contexto era perfecto: en lo más hondo de la crisis económica, el término se abría camino a pasos agigantados con unos ingredientes que a todo el mundo podrían encantarles:

  • El usuario accede a productos o servicios de manera económica
  • El prestador de ese servicio, fíjate tú por dónde, se gana un dinerín dando uso a un bien infrautilizado
  • Tras ello había una filosofía inspiradora: la de la colaboración y el empoderamiento de los ciudadanos
  • Desaparecían los intermediarios: todo el mundo sabe que, en las revoluciones sociales, Hacienda sobra

Con estos ingredientes, el plato no podía ser más apetecible y empezaron a popularizarse las ‘startups’ de este tipo: la que te ofrece buscar a un fontanero rápido, la que te encuentra un alojamiento para el puente, la que te hace hueco en un coche… todas ellas, además, corrieron a autoincluirse dentro del sector de la economía colaborativa. No tardaron mucho en llegar las grandes, como Uber o airbnb, que tuvieron reservas a la hora de autodenominarse economía colaborativa, pero estaban encantadas de que se les incluyese en ese grupo de empresas innovadoras que iban a cambiar el mundo. En España, de hecho, incluso se creó una asociación de empresas de economía colaborativa. Con el tiempo, el término, quizá un poco gastado, acabó quedándose en ‘nueva economía’.

Hay una cosa que estas empresas hicieron muy bien: colocar al usuario en el centro de todo. Las mayores empresas de internet siempre basaron su éxito precisamente en eso, en poner el beneficio del usuario por delante de cualquier cosa, incluso por delante de los propios ingresos de la empresa. Porque si el usuario está contento, la demanda crecerá y la rentabilidad llegará antes o después.

Además, todas ellas se autoatribuyeron dos palabras tan positivas como gastadas: innovación y disrupción. Innovación, porque hacían algo que nadie más había hecho nunca; y disrupción, porque venían dispuestas a entrar en sectores con gran carga burocrática o legal (el taxi, el transporte interurbano, los servicios profesionales, el alquiler de productos…) para modernizarlos, quitarles el olor a rancio y empoderar, al fin, al pobre usuario harto de los lobbys monopolísticos.

No diga innovación, diga explotación

Sin embargo, con el paso del tiempo, a la autodenominada nueva economía se le ha ido cayendo la máscara. Sus ingredientes ya no componen un plato de cinco estrellas, sino el trozo de pizza grasiento que te comes a las 6 de la mañana cuando sales de una discoteca para llevarte cualquier cosa a la boca:

  • Los prestadores de servicios se encuentran con dos opciones, a cual peor. Si trabajan para una empresa que no les obliga a cotizar, hacen un trabajo en negro y ganan cuatro duros de espaldas a la ley. Y si trabajan para una empresa que les hace cotizar, la inmensa mayoría son falsos autónomos que se pegan vergonzosas jornadas laborales a cambio de sueldos irrisorios. En caso de tener cualquier problema, se quedan totalmente desprotegidos
  • Que sean falsos autónomos, por desgracia, es casi un avance, ya que muchas de estas apps pretendían que sus ‘colaboradores’ ejerciesen como particulares sin ánimo de lucro y no cotizasen
  • Estos falsos autónomos se enfrentan por su propia cuenta y riesgo a situaciones más que criticables: los conductores de Uber tienen que esquivar multas, los de Cabify reciben consejos para engañar a la Policía, los propietarios de pisos de airbnb huyen de Hacienda, los repartidores de Amazon Flex llevan los paquetes en sus propios coches, los ‘riders’ de Deliveroo, Glovo o Uber Eats se exponen a condiciones vergonzosas, a repartir de cualquier manera o a sufrir accidentes…
  • Si los prestadores de servicios están precarizados y los competidores honestos pierden ingresos, ¿realmente quién gana dinero fácil en toda esta ecuación? Exacto: las empresas.
  • Frente al discurso de la innovación y la disrupción de sectores, lo cierto es que estas empresas no han eliminado intermediarios; en realidad lo que han hecho es eliminar a los intemediarios que había… para ponerse ellos
  • Las Administraciones Públicas intervienen y deciden que la mayoría de estas prácticas son ilegales, precarizadoras o se aprovechan de un vacío legal para salirse con la suya. Los mejores ejemplos los encontramos en Uber (su servicio UberPool fue anulado judicialmente), airbnb (muchas CCAA han restringido o prohibido su uso sin licencia y sin pago de impuestos) o Deliveroo (evitó su primera condena tirando de chequera, pero finalmente se le puso la ley en contra), por hacer un muestreo rápido

Solo hay un ingrediente que (más o menos) se mantiene: a los usuarios les siguen saliendo más baratos estos servicios y productos. Pero, ¿a cambio de qué? De que todos los demás elementos de la cadena salgan perdiendo. Si el despotismo ilustrado era todo por el pueblo pero sin el pueblo, la nueva economía es todo por el usuario a cambio de hundir en la miseria al resto del mundo.

Sin embargo, los usuarios también somos víctimas de un pensamiento: el de creernos que estamos por encima de los demás. Aunque tengas un sueldo precario, Uber te convence de que te mereces un coche con chófer, airbnb de que mereces un apartamento vacacional a mitad de precio, Deliveroo y Glovo de que mereces que alguien te traiga la comida en bici… Como decía aquel: «El nuevo lujo del mileurista es que otro trabajador —que cobra aún menos que tú— haga el trabajo que no te apetece hacer».

Extracto del artículo original:

https://blogs.elconfidencial.com/tecnologia/emprendedorfurioso/2018-07-23/mentira-economia-colaborativa-precariedad-uber-airbnb-deliveroo-glovo_1575843/

 

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